“Sométanse todos a las autoridades
constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen,
por Dios han sido constituidas. De que, quien se opone a la autoridad, se
resiste al orden divino, y los que resisten se atraerán sobre sí mismos la condenación.
En efecto, los magistrados no son de temer cuando se obra el bien, sino cuando
se obra el mal. ¿Quieres no temer a la autoridad? Obra el bien, y obtendrás de
ellos elogios, pues es un servidor de Dios para tu bien…” (Rm 13,1-4).
En estos días se ha anunciado que nuestros legisladores y
legisladoras someterán un proyecto de ley para la regulación del tránsito en el
país, principalmente en lo que se denomina como el “gran Santo Domingo”.
También se ha informado que lo que se pretende con esta nueva reforma a la ley
de tránsito es de agrupar todas las instituciones que tienen que ver con el tránsito
vehicular -aproximadamente unas catorce
instituciones-, en lo que se llamaría “ministerio del transporte”.
Esta noticia pone de nuevo en la palestra pública lo que
muchos han llamado “uno de los tremendos dolores de cabeza” de nuestra
sociedad. Y con razón. Desde hace mucho tiempo atrás la sociedad dominicana vive
caminando en un completo y profundo desorden en lo que a materia de transporte
se refiere.
Pero este desorden no surgió de la noche a la mañana.
Este es un desorden que tiene sus raíces principalmente en el desinterés que
han mostrado las autoridades para tomar, como dice el dicho popular,” el toro
por los cuernos”. Todos los gobiernos han tenido su cuota, -unos más que
otros-, en el aumento de este desorden vehicular en el que vivimos. Todos los
gobiernos se han encargado de alimentar a ese “monstruo” sin fondo que son los
“sindicatos choferiles” con prebendas de todo tipo y beneficios y concesiones
para un grupo de sindicalistas, que no son más que empresarios del transporte;
que con la bandera del sindicalismo se han hecho ricos a expensas de poner al
pueblo a sus pies. Todo esto porque los gobiernos se han metido en miedo porque
no quieren que les hagan huelgas ni cosas parecidas cuando a estos empresarios
se les ocurre.
Pero también parte de este caos en el tránsito vehicular
tiene que ver con la falta de educación de la población. Son pocas las personas
que circulan en las calles con un mínimo de conciencia, de prudencia, de
amabilidad y de cortesía. Si nosotros, los ciudadanos comunes, fuéramos más conscientes
de estas cualidades, claro que nuestras calles serían otra cosa. Me viene a la
mente cuando en un semáforo en rojo se van algunos conductores sin esperar la
luz verde y mirando la parte trasera del vehículo se lee la calcomanía que dice
“yo exijo el 4%”. Y sí; es verdad que debemos exigir no el 4% sino mínimo el
100% para tener una sociedad bien educada. Lo cierto es que nuestro problema no
es solo de dinero, sino también de conciencia ciudadana. Nosotros nos quejamos
del desorden de nuestras calles en materia vehicular, pero cuando vamos a un
país desarrollado, como Estados Unidos por ejemplo, nos sometemos
inmediatamente a las leyes de allá como si nada. Con razón hay un dicho que
reza así “el dominicano, desde que pisa el aeropuerto del país, se transforma”.
No podemos dejar pasar otro problema que complica más el
desorden vehicular de nuestra sociedad. Y es el que se refiere al papel de la
autoridad. ¿Qué le queda hacer al simple ciudadano cuando ve que la autoridad
que está encargada de regular el tránsito vehicular es la primera que viola las
leyes? La autoridad que hace esto queda en entre dicho al frente del ciudadano.
Una autoridad que está más pendiente en acechar quien no lleva puesto el
cinturón de seguridad o quien está hablando por el celular al manejar, etc.;
tenemos una institución que es más “recaudadora” que garante de la observancia
y cumplimiento de las leyes; y que aplica la ley con distinción. Una autoridad
que se hace la desentendida ante las constantes violaciones a las leyes del tránsito
por los choferes de las ya conocidas “voladoras” que circulan como los reyes de
las calles, o como les califico un reputado periodista “los dueños del país”;
motoristas que circulan sin casco protector, sin placas, sin luces y, vaya
usted a ver que muchos hasta sin la documentación personal ni del motor la
llevan encima. Una autoridad así nadie la va a respetar, porque ni ella misma
se respeta. Nuestra sociedad no necesita de crear más leyes, sino más bien de
poner en práctica las que ya tenemos. Pero esto hay que hacerlo todos, sin excepción.
Hay que exigirles a nuestras autoridades la justa aplicación de las leyes y
nosotros, -los ciudadanos comunes-, el fiel cumplimiento de las mismas. En
materia de tránsito vehicular, las leyes que nosotros exigimos que se les
apliquen a los demás, no queremos que nos las apliquen a nosotros. Así no se
vale.
Quise iniciar este artículo mencionando un pasaje bíblico
del apóstol san Pablo a los Romanos que nos habla de la necesidad e importancia
de que nosotros nos sometamos a la autoridad. Pero lo cierto es que con este
panorama que nos muestra ella misma, ¿que nos queda? Los cristianos auténticos
debemos de dar testimonio de esto que nos pide el apóstol de los gentiles,
aunque no nos guste. Debemos de dar el ejemplo y así ser “luz” para una
sociedad que vive en un desorden y caos producto de su falta de educación y de
conciencia ante los problemas que nos aquejan. Tenemos que aprender a
aplicarnos en la actitud de que, aunque los demás no cumplan con sus
obligaciones y responsabilidades, nosotros si debemos hacerlo. Los cristianos
no podemos darnos el lujo de caer en el juego del desorden. No podemos estar
esperando a que sean los otros los que den el primer paso siempre; démoslo
nosotros. Hagamos las cosas ordinarias de manera extraordinarias, según la
voluntad de nuestro Dios y Señor.
Bendiciones.
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