“Proclama la palabra, insiste a tiempo y a
destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2Tim
4,2).
Una de las cosas o actitudes que nos cuesta mucho a
nosotros los cristianos es precisamente la corrección fraterna. Si hay algo que
a muchos de los hombres y mujeres no nos gusta es el que nos corrijan. A veces
o por lo común, vemos en la corrección una falta de caridad o incluso hasta una
actitud de juicio. Tanto una como la otra son falsas. La corrección fraterna es
parte del mensaje del evangelio. La corrección fraterna está enmarcada en las
obras de misericordia y de caridad. La corrección es movida por el amor. El
ejemplo de esto lo tenemos en el mismo Jesús con sus discípulos: “si
tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti
siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: me arrepiento, lo
perdonarás” (Lc 17,3-4). Y también en el evangelio de san Mateo 18,
15-18: “si tu hermano llega a pecar, vete y repréndelo a solas tu con él. Si
te escucha, habrás ganado a tu hermano…” Como vemos, la corrección
fraterna es algo querido por Dios y nos lo ha manifestado en su Hijo
Jesucristo.
Si bien es cierto que no a todos nos gusta que nos
corrijan; lo es también el que no todos sabemos corregir. De ahí la necesidad
de pedirle a Dios que nos dé siempre la sabiduría y la prudencia para poder
llevar a cabo esta actitud cristiana. Sabiduría para que ponga en nuestros
labios las palabras adecuadas al momento de la corrección; prudencia para que
podamos saber cuál es el momento oportuno de hacer la corrección.
Algo que nosotros debemos entender con la práctica de la
corrección fraterna es de que esta no es un juicio que se le este aplicando a
la persona. Su mismo nombre ya indica su real significado: “es
corrección fraterna”. Nuestra vida aquí en la tierra, como también en
el sentido cristiano, es un permanente aprendizaje y, en este aprendizaje nos
equivocamos, cometemos errores y necesitamos de la ayuda caritativa de los
demás; por eso es “corrección”; es “fraterna” porque se hace con una
actitud de hermanos en la fe y de hermanos en Cristo, que nos sentimos y
experimentamos como hijos e hijas de un mismo y único Dios que es Padre de amor
y de misericordia.
Se da la situación
en muchas ocasiones, que no ponemos en práctica esta actitud cristiana porque
la confundimos con un falso respeto humano, que no es más que cobardía. Esto
trae como consecuencia que el hermano que está en falta sucumba a la misma y
entonces aquí ya caemos en una situación de complicidad al no hacerle ver al
hermano que va por mal camino. Ya el Señor nos advierte contra esta actitud en
el libro del profeta Ezequiel: “Si el impío permanece en su impiedad a
pesar de tu predicación, él se condenará, y tú no serás responsable; pero si él
permanece en su impiedad porque tú no le hayas predicado, él se condenará, pero
a ti te cobraré el precio de su sangre” (Ez 3,18-20). Corregir al que
yerra, es obrar por misericordia y caridad cristiana.
Los que estamos en el camino de la fe, en el camino de la
Iglesia, de la comunidad eclesial, debemos de ser conscientes de que no estamos
en ellas porque seamos unas personas pulcras e intachables. Estamos en ellas
porque queremos ser buenas personas; porque esa bondad la queremos asumir desde
nuestra fe en Dios y su Hijo Jesucristo. Parte de ese aprendizaje es ser
conscientes de que necesitamos que los hermanos de la comunidad nos ayuden a
ser cada día mejores personas. Hay quienes están más habituados a la corrección
y hay otros que no; pero esto no debe ser obstáculo para no llevar a la práctica
esta enseñanza cristiana.
El Papa Benedicto XVI, en su mensaje para la cuaresma de
2012 nos exhortaba diciendo: “La tradición de la Iglesia enumera entre
las obras de misericordia espiritual la de corregir al que se equivoca. Frente
al mal no hay que callar. Pienso aquí frente a aquellos cristianos que por
respeto humano o simple comodidad, se adecuan a la mentalidad común y en lugar
de poner en guardia a sus hermanos acerca de los malos modos de pensar y de
actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Lo que anima
la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que
la mueve es siempre el amor y la misericordia y brota de la verdadera
preocupación por el hermano. En nuestro mundo, impregnado de individualismo, es
necesario que se redescubra la corrección fraterna para caminar juntos hacia la
santidad… siempre necesitamos una mirada que hable, corrija, reconozca,
discierna y perdone como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros”.
No se trata de fijarnos en los defectos de los demás con
la intención de estar chismeando en base a ellos, sino más bien de ayudar al
otro a que se corrija, a que sea mejor persona. La corrección fraterna nunca es
aconsejable hacerla cuando estamos irritados o molestos porque las palabras que
salgan de nuestra boca a lo mejor no serán para edificar sino más bien pueda
que suceda lo contrario.
Bendiciones.
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