Sé que el panorama que he descrito con relación
a la Iglesia puede parecer para muchos muy triste, desolador y pesimista. Pero
no falta a la realidad, y no podemos negar ni tapar lo que está sucediendo y se
está viviendo dentro de la Iglesia de Cristo. Pero es que estas cosas ya el
mismo Señor las había advertido y la Virgen María, en sus diferentes
apariciones, también nos lo recordaba y por eso insistía en que, si nosotros no
nos arrepentimos con sinceridad de nuestros pecados, si no volvemos a Cristo, la
catástrofe que se nos viene encima será grande. En el salmo 80 leemos: “Pero
mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: por eso, los entregué a
su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos.” Y esto es
parte del problema que está viviendo la Iglesia de Cristo: en gran medida ha
dejado de escuchar la voz de su Señor, para escuchar otras voces y seguir otros
ídolos, dioses de barro que no oyen, ni ven, ni escuchan. Muchas ovejas han
dejado de escuchar la voz de su pastor, no lo conocen y no lo pueden seguir. Y
es que, lamentablemente, un gran porcentaje de cristianos hoy en día no oramos.
El mal
uso de la libertad que hemos hecho nos ha traído estas consecuencias. Desde
hace tiempo se viene hablando de la creación de una nueva religión, una nueva
iglesia, una nueva fe. Donde ella misma creará sus propios “dogmas”, rituales y
marcará el “nuevo camino” a seguir para que el hombre sea feliz, pero todo eso
aquí en la tierra. Es la búsqueda e implantación de la “unidad mundial”, pero sin
el espíritu cristiano ni el catolicismo. Es una iglesia que proclamará la
“fraternidad universal”: ¡todos somos hijos de Dios! Y si esto es así, entonces
¿dónde queda el bautismo? ¿Cuál será su sentido? ¿Todas las religiones serán lo
mismo? ¿Todas las religiones salvan? Es por el sacramento del bautismo que
somos hijos adoptivos de Dios, hermanos de Cristo, miembros de su gran familia
espiritual, que es la Iglesia y herederos de la única promesa de la salvación.
Es cierto que el cristianismo y los cristianos no somos poseedores de la
Verdad. Pero sí afirmamos y proclamamos que “estamos en la Verdad” de Dios
revelada en su Hijo Jesucristo para nuestra salvación, y todo el que escuche
esta Verdad y crea en ella y la asuma en su vida, es bienvenido. La gracia
bautismal es para que, al ser y convertirnos en hijos de Dios, vivamos como
tales. En esta nueva religión, Cristo dejará de ser el Señor, el Hijo de Dios,
el salvador, el redentor, el camino para llegar al Padre, la puerta por la cual
tenemos acceso al Padre… para pasar a ser un iluminado más.
Tenemos
que enfrentar todo esto con nueva fuerza espiritual, para no perder la fe ante
la división y derrumbamiento al que se está enfrentando la Iglesia de Cristo.
Sus palabras tienen que ser el motor que nos mueva a cada discípulo suyo a
entender de que, a pesar del panorama sombrío que estamos atravesando, las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Cristo es el capitán de esta
barca y la lleva a puerto seguro en medio de las tempestades.
Tenemos
que seguir profundizando y fortaleciendo nuestro crecimiento espiritual para
poder vencer todas las pruebas que hay que enfrentar y, particularmente, la que
acecha a la Iglesia en este final de los tiempos. El Señor nos dice en Jn
12,35-36: “Todavía por un poco de tiempo tienen luz en ustedes. Caminen
mientras tienen luz, para que no les sorprendan las tinieblas, ya que el que
anda en tinieblas ignora a dónde va. Mientras tienen luz, crean a la luz, para
que se conviertan en hijos de la luz.”
Así,
vemos que Jesús nos advierte de la importancia de aprovechar bien la luz en
este crepúsculo para prepararnos a pasar bien la noche, sin tropezar durante
ella. Viviendo como hijos de la luz, nuestra fe no desfallecerá en la hora de
las tinieblas.