“Miren que llega la hora, y ya llegó, en que se
dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo, aunque no estoy solo
porque el Padre está conmigo. Les he dicho esto para que tengan paz en mí. En
el mundo tendrán sufrimientos, pero confíen: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
Son y
siguen siendo muchas las voces en el mundo que advierten que esta crisis de
salud en la que la humanidad viene caminando nos llevan a que las cosas ya no
serán iguales a como las vivíamos antes de la misma, es decir, antes del 2019.
Recordamos aquí las palabras dichas en una entrevista por el presidente del
Foro Económico Mundial, el señor Klaus Schuab, cuando le preguntaron en una
entrevista: “¿Cuándo volveremos a la normalidad? Y su respuesta fue simplemente
“nunca”. A esta afirmación se suman también otros organismos como la ONU,
el mismo papa Francisco, FMI, etc. Y es que las tribulaciones o pruebas siguen y
no parece que vayan a parar. Pero cabe preguntarnos si nosotros sabemos cómo
detenerlas.
¿Qué ha
sucedido con el hombre? ¿Qué ha sucedido con el plan original de Dios con
respecto al hombre? ¿Qué ha hecho el hombre con la libertad con que Dios lo creó?
¿Por qué el hombre sigue con la intención de aniquilar al mismo hombre? ¿Por
qué el hombre quiere adueñarse y cambiar lo que él no creó ni inventó? ¿Por qué
el hombre sigue con la idea de querer ser como dios? ¿Por qué sigue el hombre
queriendo dominar hasta lo que no puede dominar: la naturaleza? Sigue el hombre
cayendo en la misma tentación de nuestros primeros padres, cuando la serpiente
les dijo “serán como dioses”. ¿Por qué sigue sucediendo todo esto? Pues
la respuesta parece ser sin lugar a duda, que la humanidad sigue en su
empecinamiento de revelarse contra Dios. Pero ¿esta revelación la adquirió solo
o, alguien, algún espíritu maligno se la inoculó? Pues así es: el maligno, el
padre de la mentira, el embaucador, enemigo de Cristo y de su Iglesia…, satanás
es el causante de esta rebeldía de la humanidad. Es lo que se ha denominado la
tan señalada batalla espiritual: guerra entre el Reino de Dios contra el reino
de satanás. Ya el Señor nos había dejado en claro, en el diálogo con Poncio
Pilatos, que su Reino no es de este mundo. Y es que el Reino de Dios nos ha
llegado por medio de su Hijo como el remedio, la medicina que sana y cura esta
enfermedad del mundo.
Nuestra
celestial Madre del cielo, en su aparición en Fátima, ya nos había advertido
que Rusia esparciría sus errores por el mundo y que se le podía combatir cuando
el Papa, en unión con todos los obispos del mundo consagraran a Rusia a su Inmaculado
Corazón, para así tener y vivir una real y verdadera época de paz. Pero lo
cierto es que este deseo de la Señora del cielo, su deseo de consagración de
Rusia, no se realizó como ella lo pidió. Ha habido uno que otro intento de
hacerlo, pero la realidad religiosa y política rusa lo ha impedido, ya que, no
se ha querido entrar en una especie de controversia con la iglesia ortodoxa y
el gobierno ruso. El Papa san Juan Pablo II, el 25 de marzo de 1984 lo que dijo
fue: “Madre de la Iglesia, ilumina especialmente a los pueblos de los que tú
esperas nuestra consagración”. Y en otra revelación de nuestra Madre, dijo
estas palabras: “Hoy la consagración de Rusia y su consagración personal, son
necesarias para la salvación de toda la humanidad, tan enferma y tan alejada de
Dios y de la Iglesia”.
Como
parte de estas tribulaciones, tenemos lo que está viviendo la Iglesia de Cristo
a lo interno en estos últimos tiempos. No podemos negar que la Iglesia está
siendo azotada por embates externos, pero también por embates internos producto
de la infiltración del enemigo de Cristo y sus secuaces: los masones y los
comunistas que se han infiltrado desde los seminarios. ¿Y con qué intención
hicieron esto? Pues con la intención de que influyeran, desde los altos
puestos, para cambiar la doctrina y moral católica. Es una especie de sabotaje
interno de la Iglesia. Estos ataques a la Iglesia de Cristo, desde fuera y
desde dentro, conllevan la consecuencia de la disminución de la fe a su mínima
expresión en países y continentes, para dar paso así a una nueva religión,
despojada toda ella de su contenido trascendental; una vivencia religiosa
puramente horizontal.
¿Qué es
lo que debemos de hacer para contrarrestar esta situación de tribulaciones que
está atravesando la Iglesia de Cristo? Nuestra Madre del cielo nos insiste que
tenemos que fortalecer la oración, la penitencia y la práctica sacramental,
para lograr, sobre todo, la conversión de los pecadores. Es el poder de la
oración hecha con fe, perseverancia, confianza y humildad. Por medio de ella se
disipan las tinieblas del pecado, los sufrimientos y tribulaciones que buscan
apartarnos de Dios y de su plan de redención de sus hijos.
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