La Iglesia Católica no puede acomodar el
mensaje del evangelio a los gustos, antojos y apetencias de las personas. No es
el evangelio el que tiene que acomodarse a nosotros; somos nosotros los que
tenemos que dejarnos iluminar por el evangelio de Cristo: “Ustedes son mis
amigos, si hacen lo que yo les mando”. Por dejar la Iglesia de cumplir con
su misión de evangelizar, para cambiarla por anunciar un mensaje que raya más
bien en el buenismo, es lo que en gran parte ha provocado y sigue provocando
que un gran número de fieles católicos la abandonen y otros no encuentren en su
mensaje algo atrayente. Tenemos el ejemplo triste de la Iglesia Católica en
Alemania y otros países europeos; así como en Argentina, Chile, Colombia,
México, Canadá, Estados Unidos de América, etc. En estos países, para muchos de
estos fieles, la Iglesia ha dejado de ser sacramento de salvación y Cuerpo
Místico de Cristo, y ha pasado a convertirse en un grupo religioso más que se
mueve como una especie de empresa religiosa o iglesia democrática, donde sean
los fieles los que escojan a los obispos, párrocos y decidan quién se puede
ordenar y quién no, etc. Recordemos que la Iglesia es una realidad
sobrenatural, que apunta hacia la salvación de las almas, y no una realidad
sociopolítica.
En
estos momentos, la Iglesia Católica, por iniciativa del papa Francisco, ha
iniciado lo que ha llamado “Camino Sinodal”. Pero ¿puede servir este camino
sinodal para que la Iglesia pueda resolver todos los problemas que hay dentro
de ella y pueda dar las respuestas adecuadas a las diferentes realidades
pastorales en lo externo? Podría decir que la respuesta está en la medida en
que ella vuelva, retorne a su origen, a su fuente, a su fundador; en la medida
en que vuelva a Cristo. El papa Pablo VI, en su encíclica Ecclesiam Suam no. 3,
dijo: “… el pensamiento, decimos, de que
ésta es la hora en que la Iglesia debe profundizar en la conciencia de
sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio, debe explorar, para
propia instrucción y edificación, la doctrina conocida, y este siglo estudiada
y difundida, acerca de su propio origen, de su propia naturaleza, de su propia
misión, de su propia suerte final; pero doctrina nunca suficientemente
estudiada y comprendida, ya que contiene la dispensación del misterio escondido
por los siglos en Dios.. a fin de que venga a ser conocida.. a través de la
Iglesia…”; y G. K. Chesterton dijo: “Porque a veces es necesario caminar
hacia atrás, como un hombre que, habiendo tomado el camino equivocado,
retrocede hasta el poste de señales para encontrar la ruta correcta. El hombre
moderno se parece en cambio a un viajero que ha olvidado el nombre de su
destino y tiene que volver a su punto de partida, para encontrar hacia dónde
dirigirse. Que el mundo ha perdido su camino, pocos lo negaran” (La Nueva
Jerusalén, p. 13).
No es
la tecnología ni el marketin lo que ayudará a la Iglesia a darle respuesta a
todo lo anterior. La Iglesia necesita siempre de una reforma, pero esa reforma
es en lo que se ha llamado “reforma en santidad”, que viene dada y está
cimentada en su fundador, que es el santo de los santos, Cristo. Fuera de
Cristo y de su Gracia, la Iglesia y los cristianos, no estaremos enteramente
libres de nuestra debilidad y de su servidumbre, sino que todos tenemos necesidad
de Cristo, modelo, maestro, salvador y vivificador (Ad Gentes). La Iglesia es
santa y pecadora al mismo tiempo. Santa porque santo es su fundador, Cristo; y
pecadora porque la formamos nosotros los hombres con nuestros defectos,
debilidades, flaquezas y limitaciones. A pesar de haber recibido el bautismo,
permanece en el alma la concupiscencia, que procede del pecado y al pecado
inclina. La Iglesia tiene que ser capaz de producir nuevos santos. Si hace
esto, entonces se está dando la tan anhelada reforma en santidad. El futuro de
la Iglesia no dependerá de lo que ella haga a nivel estructural, sino en la
medida que ella vuelva y se deje renovar permanentemente en, por y para Cristo:
“Solamente mi gracia les basta”.
El
Concilio Vaticano I declaró: “Cristo, pastor eterno, decidió fundar la Santa
Iglesia para perpetuar la obra salvífica de la redención” (Dz 1821). Cuando
afirmamos que la Iglesia es “sacramento de salvación”, lo que queremos decir es
que en ella encontramos todos los medios necesarios para salvarnos: los
mandamientos de Dios y los sacramentos que nos comunican la Gracia santificante
de Cristo, su misma vida. Porque Cristo es la cabeza de la Iglesia y nosotros
somos su cuerpo, como nos lo dice san Pablo; y de él nos viene la salvación. La
Iglesia no salva por ella misma, pero sí es camino, medio e instrumento
establecido por Cristo para alcanzar la salvación. La Iglesia es la comunidad
de fieles que profesando una misma fe, viviendo una misma ley, participando de
unos mismos sacramentos y obedeciendo a un mismo pastor, buscan la salvación
eterna de su alma.
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