El hombre se
sigue apartado de Dios, de su evangelio, de su Iglesia, y busca su bienestar y
felicidad por su propio camino: “Ten en cuenta esto: en los últimos días, se
presentarán tiempos difíciles. Pues los hombres serán egoístas, codiciosos,
arrogantes, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos,
crueles, implacables, calumniadores, desenfrenados, inhumanos, enemigos del
bien, traidores, temerarios, envanecidos, más amantes del placer que de Dios,
guardarán ciertos formalismos de la piedad, pero habrán renegado de su
verdadera esencia. Apártate también de éstos” (2Tim 3,1-5).
La
ciencia, los avances tecnológicos en gran medida, han contribuido a esto. Se ha
querido siempre relegar el evangelio y su influencia al ámbito de lo privado,
que no tenga nada que ver en el ámbito público. Pero es que ya en lo que se
refiere a lo privado, también se le está atacando de manera que en algunos
ambientes eclesiásticos se vigila el qué se dice o qué no se debe decir en las
homilías, cometiendo la afrenta hasta de influenciar para cambiar algunos textos
bíblicos o toda la Biblia, - como, por ejemplo, la creación de la mal llamada
“biblia inclusiva” que presenta la caricatura de Dios como personaje o ser
neutro -; así de cómo deben los cristianos educar a sus hijos, etc. Estamos ya
en lo que se puede calificar como la dictadura del pensamiento único o lo
políticamente correcto. Por otro lado, también se está fomentando o propiciando
la denominada “cultura de la cancelación” dentro de la misma Iglesia. Lo cierto
es también que estos elementos señalados, así como otros más, están provocando
que el cristianismo católico, sobre todo, sea atacado permanentemente hasta
reducirlo o hacerlo desaparecer, utilizando incluso otras creencias religiosas
como el islam.
Pero
¿por qué estos ataques están, en gran medida, teniendo éxito? Pues porque
dentro de la Iglesia Católica hay prelados que están alineados con los enemigos
de Cristo. Para que el mal haya avanzado y llegado al punto donde está,
necesita del contubernio de muchos de los que están dentro de la Iglesia. Es la
puesta en práctica del dicho “divide y vencerás”. En gran parte de la Iglesia,
Dios ha dejado de ser el centro, para darle lugar a la centralidad del hombre.
Ya no se trata de predicar el Reino de Dios ni el evangelio de salvación, sino
predicar el “evangelio del bienestar”. Se abandona la amistad con Dios, para
pasar a ser amigos del mundo, de las élites luciferinas que se asientan en las
naciones poderosas con sus riquezas materiales y exvotos.
La
doctrina católica se ha corrompido. Se han invertido los mandamientos de la ley
de Dios: el amor al prójimo ha desplazado el primero de los mandamientos de
amar a Dios sobre todas las cosas. Es la religión del buenismo donde lo que ha
tomado y está tomando la preminencia es hablar del ecologismo, las migraciones,
la fraternidad universal -, (que es un concepto meramente masónico que parte de
la Revolución Francesa, con sus tres pilares de “igualdad, libertad y
fraternidad”); y el cambio climático, por sobre la doctrina universal de la
salvación, los valores o principios innegociables de la doctrina católica
(vida, familia y matrimonio, libertad de educación y religiosa, y bien común).
Se predica que con solo ser buenos es suficiente para ir al cielo, sin
necesidad de cumplir con los mandamientos de Dios ni contar con su ayuda, con su
gracia. Esta idea contradice la enseñanza del mismo Cristo que dijo: “No
todo el que me diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos; sino el
que escucha mis palabras y las ponga en práctica, ya que será como el hombre prudente
y sensato, que edifica su casa sobre roca firme”, y también “Sin mi nada
podrán hacer”.
Pero
¿quién o cuál es este grupo que ha infiltrado a la Iglesia? Este grupo tiene su
nombre y está bien identificado. Es la masonería eclesiástica, que se ha dedicado
a ir corrompiendo la doctrina católica con el pasar del tiempo. El apóstol de
los gentiles, san Pablo, ya había advertido en 2Tim 4,3: “Llegará el momento
en que la gente no tolerará la sana doctrina, sino que, siguiendo sus propios
deseos, dejará de escuchar la verdad”. Los obispos de la Iglesia Ortodoxa
llaman a la masonería “Organización Internacional Secreta” y afirman que “no es
simplemente una unión filantrópica o una escuela filosófica, sino que consiste
en un sistema que recuerda a las antiguas religiones y cultos paganos y
esotéricos, y añaden que, tales conexiones entre la francmasonería y los
antiguos misterios idolátricos se manifiestan también en las ceremonias de la
iniciación” (Walton Hannah Darknes). Así, la francmasonería no puede ser
compatible con el cristianismo. Lo propio haría el papa Pío X en su encíclica
Pascendi, señalando: “Ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera
sino desde dentro”; también el papa León XIII en la encíclica Humanum
Genus, que es un documento de condenación de la masonería y la excomunión de
todo católico que sea parte de esta. Sentencia que sigue vigente hasta nuestros
días. Tenemos también el Canon 2335 del Código de Derecho Canónico del 1917: “Quien
se inscribe en la secta masónica o en otras asociaciones del mismo género, que
maquinan contra la Iglesia o las legítimas autoridades civiles, incurre ipso
facto (por el mismo hecho, de manera inmediata) en la excomunión reservada
simplemente a la Santa Sede”. Es el tiempo de la batalla. Pero no de la
batalla de las armas convencionales. Es la batalla de poderes espirituales, y
el triunfo del bien sobre el mal está asegurado por aquel que ya venció al
demonio y al mundo, Cristo: “Ánimo. No tengan miedo; yo he vencido
al mundo”.
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