Volvemos a decir que es mucha la gente, grupos e instituciones que
apuestan por la desaparición de la Iglesia Católica y todo lo que ella
representa como depositaria del mensaje del evangelio. No les importa el que su
fundador, Cristo, - el Hijo Unigénito de Dios -, haya prometido que los poderes
del infierno no la derrotarán. Lo lamentable de estas posturas es que son
muchos católicos que lo dicen y desean, porque no están de acuerdo con lo que
ella proclama. Es el deseo o anhelo de querer una Iglesia acomodada al mundo, a
las propias necesidades, y no a Dios; una Iglesia hecha a la imagen y semejanza
del hombre. Católicos que nunca se han interesado por conocer su Iglesia ni su
doctrina; son esos “católicos light”, bajo en compromisos cristianos y de fe;
cristianos católicos que se han conformado con ser solo católicos nominales, de
ocasiones, de cumplimiento (de bautizo, primeras comuniones, confirmaciones, bodas,
funerales). Católicos que sirven al mismo tiempo a dos amos, a Dios y al
diablo; que van a misa los domingos cuando se puede y, comulgan en pecado grave
sin confesarse antes, pero que al mismo tiempo, están de acuerdo con el aborto
y toda esa nueva política de género que se está imponiendo en las sociedades
auspiciada y promovida por políticos, algunos de ellos católicos y que aplican
una especie de divorcio entre la vida de fe y la realidad de la vida y el bien
común; católicos que quieren que si un protestante está casado con un católico
acceda a la comunión sacramental, como
si la comunión sacramental fuera un simple pedazo de galleta; son esos que
dicen que son católicos porque beben alcohol, y así quieren justificar
conductas dañinas; católicos que quieren que la Iglesia pase a ser una ong
grande, o que sea una más del conglomerado de ofertas religiosas; que desean
que la Iglesia sea incluso semejante a un partido político, donde las
decisiones se tomen por consenso, por votación, de manera democrática y no por
la autoridad otorgada por Jesucristo a los apóstoles y sus sucesores; católicos
que quieren que el sacerdocio ministerial también sea asumido y enseñado como
un derecho y no como un don de Dios, del cual ninguno somos dignos por mérito
propio, ya que, el ministerio sacerdotal no es una llamada al poder, sino una
llamada al servicio; que las mujeres puedan ser ordenadas como sacerdotes y que
el celibato sacerdotal sea abolido para que los sacerdotes se puedan casar;
católicos que desean que las uniones homosexuales sean bendecidas y equiparadas
al matrimonio heterosexual, contraviniendo así lo establecido por Dios desde el
principio de la creación, que los creó hombre y mujer y estableció la unión
indisoluble entre ambos como una comunidad de amor y colaboradores en su
creación, y al cual Cristo ratificó y elevó a sacramento y que la Iglesia sólo
puede bendecirla en su nombre; católicos que quieren que toda la moral católica
sea transformada… y un rosario más de acciones contrarias a la sana y milenaria
doctrina católica.
Sí,
estamos en crisis. El humo de satanás ha penetrado en la Iglesia de Cristo. El
cardenal Ratzinger, - en marzo del 2005 -, comentando la novena estación del
tradicional Vía Crucis en el Coliseo romano, dijo: “¿Qué puede decirnos la
tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizá nos haga pensar en la
caída del hombre en general, en el alejamiento de muchos de Cristo, en la
deriva de un secularismo sin Dios. Pero ¿no debemos pensar también en cuánto
debe sufrir Cristo en su misma Iglesia? ¡En cuántas veces se abusa del santo
sacramento de su presencia, en qué vacío y maldad de corazón él entra a menudo!
¡Cuántas veces nos celebramos solo a nosotros mismos sin ni siquiera darnos
cuenta de él! ¡Cuántas veces su Palabra es distorsionada y manoseada! ¡Cuán
poca fe hay en tantas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad hay en
la Iglesia, y precisamente entre aquellos que, en el sacerdocio, deberían
pertenecer completamente a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Que
poco respetamos el sacramento de la reconciliación, en el cual él nos espera,
para levantarnos de nuestras caídas! Todo esto está presente en su Pasión. La
traición de sus discípulos, la recepción indigna de su cuerpo y de su Sangre es
ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos
queda más que dirigirle, desde lo más profundo del ánimo, el grito: Kyrie,
eleison – ¡Señor, sálvanos!”
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