viernes, 18 de febrero de 2022

El humo de satanás ha entrado en la Iglesia (4ª. Parte)

 

  Volvemos a decir que es mucha la gente, grupos e instituciones que apuestan por la desaparición de la Iglesia Católica y todo lo que ella representa como depositaria del mensaje del evangelio. No les importa el que su fundador, Cristo, - el Hijo Unigénito de Dios -, haya prometido que los poderes del infierno no la derrotarán. Lo lamentable de estas posturas es que son muchos católicos que lo dicen y desean, porque no están de acuerdo con lo que ella proclama. Es el deseo o anhelo de querer una Iglesia acomodada al mundo, a las propias necesidades, y no a Dios; una Iglesia hecha a la imagen y semejanza del hombre. Católicos que nunca se han interesado por conocer su Iglesia ni su doctrina; son esos “católicos light”, bajo en compromisos cristianos y de fe; cristianos católicos que se han conformado con ser solo católicos nominales, de ocasiones, de cumplimiento (de bautizo, primeras comuniones, confirmaciones, bodas, funerales). Católicos que sirven al mismo tiempo a dos amos, a Dios y al diablo; que van a misa los domingos cuando se puede y, comulgan en pecado grave sin confesarse antes, pero que al mismo tiempo, están de acuerdo con el aborto y toda esa nueva política de género que se está imponiendo en las sociedades auspiciada y promovida por políticos, algunos de ellos católicos y que aplican una especie de divorcio entre la vida de fe y la realidad de la vida y el bien común; católicos que quieren que si un protestante está casado con un católico acceda a la comunión sacramental,  como si la comunión sacramental fuera un simple pedazo de galleta; son esos que dicen que son católicos porque beben alcohol, y así quieren justificar conductas dañinas; católicos que quieren que la Iglesia pase a ser una ong grande, o que sea una más del conglomerado de ofertas religiosas; que desean que la Iglesia sea incluso semejante a un partido político, donde las decisiones se tomen por consenso, por votación, de manera democrática y no por la autoridad otorgada por Jesucristo a los apóstoles y sus sucesores; católicos que quieren que el sacerdocio ministerial también sea asumido y enseñado como un derecho y no como un don de Dios, del cual ninguno somos dignos por mérito propio, ya que, el ministerio sacerdotal no es una llamada al poder, sino una llamada al servicio; que las mujeres puedan ser ordenadas como sacerdotes y que el celibato sacerdotal sea abolido para que los sacerdotes se puedan casar; católicos que desean que las uniones homosexuales sean bendecidas y equiparadas al matrimonio heterosexual, contraviniendo así lo establecido por Dios desde el principio de la creación, que los creó hombre y mujer y estableció la unión indisoluble entre ambos como una comunidad de amor y colaboradores en su creación, y al cual Cristo ratificó y elevó a sacramento y que la Iglesia sólo puede bendecirla en su nombre; católicos que quieren que toda la moral católica sea transformada… y un rosario más de acciones contrarias a la sana y milenaria doctrina católica.

  Sí, estamos en crisis. El humo de satanás ha penetrado en la Iglesia de Cristo. El cardenal Ratzinger, - en marzo del 2005 -, comentando la novena estación del tradicional Vía Crucis en el Coliseo romano, dijo: “¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizá nos haga pensar en la caída del hombre en general, en el alejamiento de muchos de Cristo, en la deriva de un secularismo sin Dios. Pero ¿no debemos pensar también en cuánto debe sufrir Cristo en su misma Iglesia? ¡En cuántas veces se abusa del santo sacramento de su presencia, en qué vacío y maldad de corazón él entra a menudo! ¡Cuántas veces nos celebramos solo a nosotros mismos sin ni siquiera darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces su Palabra es distorsionada y manoseada! ¡Cuán poca fe hay en tantas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia, y precisamente entre aquellos que, en el sacerdocio, deberían pertenecer completamente a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Que poco respetamos el sacramento de la reconciliación, en el cual él nos espera, para levantarnos de nuestras caídas! Todo esto está presente en su Pasión. La traición de sus discípulos, la recepción indigna de su cuerpo y de su Sangre es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que dirigirle, desde lo más profundo del ánimo, el grito: Kyrie, eleison – ¡Señor, sálvanos!”

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