miércoles, 16 de febrero de 2022

El humo de satanás ha entrado en la Iglesia (2ª. Parte)

 

  Hemos escuchado a mucha gente afirmar, - desde hace tiempo atrás -, que el catolicismo está muriendo; que la Iglesia Católica está o va a desaparecer si no cambia su doctrina y se amolda a los nuevos tiempos, si no se moderniza y asume una postura más progresista. Pero esta gente que afirma lo anterior, se ha olvidado de las palabras que dijo nuestro Señor Jesucristo con respecto a Su Iglesia: “Los poderes del infierno no prevalecerán contra ella; y también: “Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me ha enviado” (Jn 7,16). Pues la Iglesia dice lo mismo: “La doctrina que anuncia no es de ella, sino de aquel que la fundó y le entregó su evangelio para que, en su nombre, siga siendo predicado a todos los hombres y pueblos del mundo, hasta que él vuelva en su gloria”. Hay que tener en cuenta que estas palabras del Señor no se refieren a que la Iglesia no iba o no va a sufrir ataques o embates en su caminar. Claro que sí los ha sufrido y los seguirá sufriendo. Pero eso es una cosa y la otra es pretender, pensar o querer que estos ataques la destruyan. Y esto fue lo que Cristo prometió: que no sería destruida, y que al final triunfaría. Porque Dios no puede ser derrotado por ningún ser ni poder del universo; si no, no fuera Dios.

  Es verdad que la realidad de nuestra sociedad o cultura occidental, que está cimentada sobre los pilares de la cultura clásica y del cristianismo, - principalmente de este último -, ha puesto al hombre como eje del sistema. Constatamos que la Iglesia tiene, cada vez más, menos fieles, menos vocaciones sacerdotales y religiosas, confusión doctrinal, pérdida de peso político a nivel internacional y pecados graves como los casos de abusos de menores por parte de algunos ministros ordenados. Aún con este tétrico y desolador panorama, Cristo, que sabía muy bien de lo que es capaz el ser humano con su concupiscencia, prometió que a su Iglesia nada ni nadie la destruiría, ningún poder prevalecería sobre ella. No dijo cuánto daño, ni hasta dónde será este daño, así como ni por cuánto tiempo padecerá este daño.

  Otra señal desalentadora que vemos en la Iglesia es el de muchos cardenales, obispos y sacerdotes titubeantes y tambaleantes en la fe, asociándose con personas de muy dudosa reputación y abandonando a los fieles hasta el punto de que estos mueren sin recibir los sacramentos. Situación que se constata en nuestros días con la crisis sanitaria del virus del Covid-19, donde muchos sacerdotes se negaron y se siguen negando a asistir espiritual y sacramentalmente a los feligreses en sus necesidades espirituales y de fe, alegando prudencia para evitar algún contagio, poniendo la salud por encima de la salvación; otros han cerrado los templos y hasta uniéndose a la exigencia de pedir a los feligreses la prueba o tarjeta de vacunación para poder entrar a los templos y participar de los actos religiosos o recibir algún servicio religioso-espiritual. Como ejemplo de esta barbaridad, tenemos el caso del arzobispo de Brisbane-Australia, Mons. Mark Coleridge, que está totalmente a favor del “mandato de vacunación y los encierros de todas las personas; además, estableció la fecha del 15 de diciembre pasado como fecha límite para que los sacerdotes de su diócesis estén vacunados alegando que “el clero no vacunado presenta un riesgo para los feligreses y se enfrentan a ser retirados de sus trabajos ministeriales y pastorales si no se vacunan. El arzobispo no considerará la objeción de conciencia como una excepción válida a las disposiciones aquí establecidas…”; ha dicho que va a hacer lo que sea necesario para apoyar al gobierno en lo que respecta a todo lo que establezca como medidas en lo referente a la pandemia; y otros, - en los que no les piden esta tarjeta -, los arrinconan como si fueran unos leprosos, como es el caso de lo establecido por la Conferencia Episcopal de Puerto Rico. Y la pregunta que surge automáticamente aquí es: ¿canónicamente esto es correcto? Y la respuesta es NO. Se podrán aducir las razones que sean para justificar la inoculación de una vacuna. Pero quien la rechaza, -por las razones que sea -, no comete falta moral, ni de fe ni doctrinal, ni siquiera es materia de confesión. Este arzobispo, como tantos otros, han ignorado medalaganariamente el comunicado de la Congregación para la Doctrina de la Fe que señaló que la vacunación no es un deber moral, sino que debe ser voluntaria (CDF: Nota sobre la moralidad del uso de  algunas vacunas contra el covid-19, dic/2020).

  Por otro lado, vemos también la irreverencia de algunos sacerdotes con respecto a la eucaristía, porque parece ser que sólo buscan o les interesan los honores. En Europa vemos cómo algunos templos católicos y protestantes se han convertido en lugares para la propagación y exaltación del pecado. Los altares, que una vez fueron el lugar del sacrificio incruento de nuestro Señor en la eucaristía, se han convertido en objeto de profanaciones, dándole lugar a la concupiscencia de la carne. La Virgen María, en algunas de sus apariciones, -aprobadas por la Iglesia -, siempre ha referido esta situación de profanación y decadencia que afecta a la Iglesia de su Hijo. Se ha referido a ello con palabras fuertes y ha advertido que el demonio se infiltraría en la Iglesia creando el caos, con cardenales y obispos oponiéndose entre ellos. En octubre 13 de 1973, - aniversario de la aparición de Fátima -, la Virgen reveló a Sor Agnes Sasagawa en Akita-Japón, el siguiente mensaje: “Mi querida hija, escucha bien lo que tengo que decirte. Tu informarás a tu superior. La obra del demonio se infiltrará hasta dentro de la Iglesia de tal manera que se verán cardenales contra cardenales, obispos contra obispos. Los sacerdotes que me veneran serán despreciados y encontrarán oposición de sus compañeros; iglesias y altares saqueados; la Iglesia estará llena de aquellos que aceptan componendas y el demonio presionará a muchos sacerdotes y almas consagradas a dejar el servicio del Señor. El demonio será especialmente implacable contra las almas consagradas a Dios. Pensar en la pérdida de tantas almas es la causa de mi tristeza. Si los pecados aumentan en número y gravedad, no habrá ya perdón para ellos.” Es bueno tener claro que esta aparición de nuestra Madre del Cielo en Akita-Japón, ya el cardenal Joseph Ratzinger, cuando era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dijo al respecto sobre los eventos y mensajes de Akita, juzgándolos confiables y dignos de fe: “Akita es una continuación de los mensajes de Fátima.”

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