Hemos
escuchado a mucha gente afirmar, - desde hace tiempo atrás -, que el
catolicismo está muriendo; que la Iglesia Católica está o va a desaparecer si
no cambia su doctrina y se amolda a los nuevos tiempos, si no se moderniza y
asume una postura más progresista. Pero esta gente que afirma lo anterior, se
ha olvidado de las palabras que dijo nuestro Señor Jesucristo con respecto a Su
Iglesia: “Los poderes del infierno no prevalecerán contra ella; y
también: “Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me ha enviado” (Jn
7,16). Pues la Iglesia dice lo mismo: “La doctrina que anuncia no es de
ella, sino de aquel que la fundó y le entregó su evangelio para que, en su
nombre, siga siendo predicado a todos los hombres y pueblos del mundo, hasta
que él vuelva en su gloria”. Hay que tener en cuenta que estas palabras del
Señor no se refieren a que la Iglesia no iba o no va a sufrir ataques o embates
en su caminar. Claro que sí los ha sufrido y los seguirá sufriendo. Pero eso es
una cosa y la otra es pretender, pensar o querer que estos ataques la
destruyan. Y esto fue lo que Cristo prometió: que no sería destruida, y que al
final triunfaría. Porque Dios no puede ser derrotado por ningún ser ni poder
del universo; si no, no fuera Dios.
Es
verdad que la realidad de nuestra sociedad o cultura occidental, que está
cimentada sobre los pilares de la cultura clásica y del cristianismo, -
principalmente de este último -, ha puesto al hombre como eje del sistema.
Constatamos que la Iglesia tiene, cada vez más, menos fieles, menos vocaciones
sacerdotales y religiosas, confusión doctrinal, pérdida de peso político a
nivel internacional y pecados graves como los casos de abusos de menores por
parte de algunos ministros ordenados. Aún con este tétrico y desolador panorama,
Cristo, que sabía muy bien de lo que es capaz el ser humano con su
concupiscencia, prometió que a su Iglesia nada ni nadie la destruiría, ningún
poder prevalecería sobre ella. No dijo cuánto daño, ni hasta dónde será este
daño, así como ni por cuánto tiempo padecerá este daño.
Otra
señal desalentadora que vemos en la Iglesia es el de muchos cardenales, obispos
y sacerdotes titubeantes y tambaleantes en la fe, asociándose con personas de
muy dudosa reputación y abandonando a los fieles hasta el punto de que estos
mueren sin recibir los sacramentos. Situación que se constata en nuestros días
con la crisis sanitaria del virus del Covid-19, donde muchos sacerdotes se
negaron y se siguen negando a asistir espiritual y sacramentalmente a los
feligreses en sus necesidades espirituales y de fe, alegando prudencia para
evitar algún contagio, poniendo la salud por encima de la salvación; otros han cerrado
los templos y hasta uniéndose a la exigencia de pedir a los feligreses la
prueba o tarjeta de vacunación para poder entrar a los templos y participar de
los actos religiosos o recibir algún servicio religioso-espiritual. Como
ejemplo de esta barbaridad, tenemos el caso del arzobispo de Brisbane-Australia,
Mons. Mark Coleridge, que está totalmente a favor del “mandato de vacunación
y los encierros de todas las personas; además, estableció la fecha del 15 de
diciembre pasado como fecha límite para que los sacerdotes de su diócesis estén
vacunados alegando que “el clero no vacunado presenta un riesgo para los
feligreses y se enfrentan a ser retirados de sus trabajos ministeriales y
pastorales si no se vacunan. El arzobispo no considerará la objeción de
conciencia como una excepción válida a las disposiciones aquí establecidas…”;
ha dicho que va a hacer lo que sea necesario para apoyar al gobierno en lo que
respecta a todo lo que establezca como medidas en lo referente a la pandemia; y
otros, - en los que no les piden esta tarjeta -, los arrinconan como si fueran
unos leprosos, como es el caso de lo establecido por la Conferencia Episcopal
de Puerto Rico. Y la pregunta que surge automáticamente aquí es: ¿canónicamente
esto es correcto? Y la respuesta es NO. Se podrán aducir las razones que sean
para justificar la inoculación de una vacuna. Pero quien la rechaza, -por las
razones que sea -, no comete falta moral, ni de fe ni doctrinal, ni siquiera es
materia de confesión. Este arzobispo, como tantos otros, han ignorado
medalaganariamente el comunicado de la Congregación para la Doctrina de la Fe
que señaló que la vacunación no es un deber moral, sino que debe ser voluntaria
(CDF: Nota sobre la moralidad del uso de
algunas vacunas contra el covid-19, dic/2020).
Por
otro lado, vemos también la irreverencia de algunos sacerdotes con respecto a
la eucaristía, porque parece ser que sólo buscan o les interesan los honores.
En Europa vemos cómo algunos templos católicos y protestantes se han convertido
en lugares para la propagación y exaltación del pecado. Los altares, que una
vez fueron el lugar del sacrificio incruento de nuestro Señor en la eucaristía,
se han convertido en objeto de profanaciones, dándole lugar a la concupiscencia
de la carne. La Virgen María, en algunas de sus apariciones, -aprobadas por la
Iglesia -, siempre ha referido esta situación de profanación y decadencia que
afecta a la Iglesia de su Hijo. Se ha referido a ello con palabras fuertes y ha
advertido que el demonio se infiltraría en la Iglesia creando el caos, con
cardenales y obispos oponiéndose entre ellos. En octubre 13 de 1973, -
aniversario de la aparición de Fátima -, la Virgen reveló a Sor Agnes Sasagawa
en Akita-Japón, el siguiente mensaje: “Mi querida hija, escucha bien lo que
tengo que decirte. Tu informarás a tu superior. La obra del demonio se
infiltrará hasta dentro de la Iglesia de tal manera que se verán cardenales
contra cardenales, obispos contra obispos. Los sacerdotes que me veneran serán
despreciados y encontrarán oposición de sus compañeros; iglesias y altares
saqueados; la Iglesia estará llena de aquellos que aceptan componendas y el
demonio presionará a muchos sacerdotes y almas consagradas a dejar el servicio
del Señor. El demonio será especialmente implacable contra las almas
consagradas a Dios. Pensar en la pérdida de tantas almas es la causa de mi
tristeza. Si los pecados aumentan en número y gravedad, no habrá ya perdón para
ellos.” Es bueno tener claro que esta aparición de nuestra Madre del Cielo
en Akita-Japón, ya el cardenal Joseph Ratzinger, cuando era Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, dijo al respecto sobre los eventos y
mensajes de Akita, juzgándolos confiables y dignos de fe: “Akita es una
continuación de los mensajes de Fátima.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario