Quiero iniciar esta reflexión
citando dos textos del evangelio de san Lucas, el primero en el capítulo 4,
5-7.13, sobre las tentaciones de Jesús por el diablo en el desierto: “Después
el diablo lo llevó a un lugar elevado y le mostró todos los reinos de la
superficie de la tierra en un instante y le dijo: te daré toda esta potestad y
su gloria, porque me ha sido entregada y la doy a quien quiero. Por tanto, si
me adoras, todo será tuyo… Y terminada toda tentación, el diablo se apartó de él
hasta el momento oportuno”. Y el
segundo texto del mismo evangelista, en el capítulo 19,40: “Les dijo que, si
estos callan, gritarán las piedras”.
El papa san Juan Pablo II, en su Exh. Ap. Familiaris
Consortio, en el numeral 1, señalaba lo siguiente: “La familia, en los
tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida
de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la
cultura”.
Y nuestros obispos dominicanos, en el 2014,
con motivo de la solemnidad de Nuestra Sra. De La Altagracia, publicó la Carta
pastoral con el título “Familia cristiana: vive y proclama tu fe”, en la
parte II, que habla de una Mirada a la Realidad, en el numeral 8, leemos: “La
promoción de grupos interesados en imponer por diversos medios, incluso
mediante legislaciones, prácticas contrarias al ser de la familia y de la
persona, y por tanto al plan creador, como el aborto, los anticonceptivos y las
uniones del mismo sexo, no deja de ser una fuerte tentación para familias
débiles en la fe”.
Hemos estado caminando en un proceso de
desvinculación con Dios, con la sociedad, con la familia, de la historia, de
las raíces, de la cultura. Estamos viviendo una gran crisis, que nos lleva a
los creyentes a una especie de estremecimiento, de vacilación y duda.
Así como nos amenaza esta desvinculación, lo
que tenemos que hacer es reforzar la unidad con Cristo: “Padre, que todos
sean UNO, como tú en mí y yo en ti, somos UNO”. Y esta unidad se fundamenta
en la oración, la doctrina milenaria católica, el amor a Pedro y la caridad
mutua.
La crisis es fuerte, es profunda: hay mucha
superficialidad, frivolidad, materialismo, hedonismo. Estamos transitando el
tiempo de la modernidad; otros dicen que es post modernidad y, otros lo llaman
tiempo de la posverdad. Pero, lo cierto es que, este tiempo se caracteriza
porque ha renegado de Dios, le tiene miedo a Dios, a Cristo; no quiere conocer
a Dios y no quiere ser su discípulo.
Esto tiene que ver con la pérdida del sentido
de la vida, de nuestra existencia, del sentido de trascendencia. Lo que importa
es la inmediatez, la autodeterminación: hacer lo que quiera. Pero la verdadera
libertad está en reconocer la verdad y ser obediente a ella. Jesús dijo que la “Verdad
nos hará libres”. Pero, el lema de los modernistas y progresistas es
“mientras más libres somos, más verdaderos seremos”.
Así entonces, la familia es el último refugio
de la libertad del mundo: ¿dónde somos real y verdaderamente libres? Pues en el
seno de la familia, porque en ella conocemos la verdad. Recordemos que san Juan
Pablo II, se refirió a la familia como “Iglesia doméstica”, es decir, comunidad
de fe, de esperanza y de amor. Comunidad donde se comparte, se ama, se trabaja,
se crea esperanza, se vive la fe.
Una de las crisis que ha venido causando
grandes estragos a la humanidad ha sido confundir lo legal con lo moral. Y aquí
hago referencia específicamente a la clase política. Nuestra sociedad
dominicana la han metido o arropado con una campaña política ya que, estamos en
un tiempo preelectoral. Comienzan los contendientes a buscar los altos puestos
públicos, con su discurso de promesas que, muchas veces, no tocan temas
profundos ni esenciales del interés de la sociedad; o, si lo hacen, es con
mucho tacto para no decir algo que pueda revertirse en su contra y le impida
lograr el voto del elector.
Más que mirar o velar por el bien común, lo
que interesa más es procurar el llegar al poder y, una vez allí, mantenerse en
el poder a costa de lo que sea. Por eso vienen los discursos demagógicos: en
campaña se prometen cosas que en realidad se sabe que serán difíciles de
cumplir. O, dicho más popularmente: una cosa es con violín y otra con guitarra.
Se le dice al público lo que este quiere oír.
Pues todo este discurso afecta a la
institución familiar, porque cuando se está en el poder, se ve cómo se empiezan
a legislar en contra de esta institución, base de la sociedad, donde se
promueven tantos tipos de familias como sea posible. Porque para muchos,
familia es cualquier cosa o cualquier relación. Y aquí llegamos a la aparición
de la o las ideologías.
La antropología, tal y como la conocemos y
nos la enseñaron, ha sufrido una transformación convirtiéndola en una nueva
antropología, que más bien ha sido una deconstrucción de ésta. Y me refiero específicamente
a la ideología de género, que es una especie de rediseño antropológico. Hay
quienes se refieren a ésta como la gran crisis antropológica.
Esta ideología proclama que el amor es amor,
lo que importa es el amor. El amor desvinculado de la sexualidad, de la
procreación. Y ya sabemos las implicaciones que está trayendo para la sociedad.
Aquí en RD seguimos con la lucha interminable
contra la legalización del aborto, que viene siendo la puerta de entrada para
la ideología de género. Por eso es por lo que tenemos que impedir que esa
puerta se abra luchando contra la falacia de las funestas causales, porque la
intención, como ha sucedido en otros países, es legalizar el aborto libre.
Ahora, hemos de saber que, en nuestra
sociedad, han venido imponiendo esta ideología en el sector público a través de
mandatos administrativos: ahí tenemos el ministerio de la mujer, que ha sido
tomado como la puerta de entrada para estos experimentos ideológicos de género;
universidades que están siendo tomadas laboratorios de experimento social por
organismos internacionales y sus ongs,
el ministerio de planificación y desarrollo, educación, cultura y, como si
fuera poco, el mandato de la Procuradora General de la República imponiendo en
el estamento judicial esta ideología, señalando como derechos lo que son más
bien privilegios.
Lo triste y penoso de esto es que muchos
de nosotros permanecemos callados y con nuestro silencio apoyamos este tipo de ideología
que destruyen desde dentro al ser humano, sobre todo, a los niños, porque ellos
son el blanco de ataque de estos grupos ideológicos, dictatoriales y liberticidas.
Padres que callan y hasta aplauden, promueven y defienden estas aberraciones
sin ser conscientes del daño que le hacen a sus propios hijos. Y ejemplos de
esto hay en abundancia.
Pero aquí también entra nuestro papel como
cristianos. Porque toda esta reingeniería va en contra del plan original de
Dios. Muchos cristianos tienen miedo a hablar, a denunciar. Se han olvidado de
una de las dimensiones de su bautismo: profetizar. Es decir, no denuncian las
injustica, la mentira, la manipulación. Tienen miedo a ser cancelados.
Es ante toda esta aberración contra la
familia natural que tenemos que recuperar lo que al principio dije: tenemos que
fortalecer la unidad con Cristo. Y la familia natural es el lugar adecuado para
esto.
Creemos en un Dios que es comunidad, que es
familia: Dios Padre-Dios Hijo-Dios Espíritu Santo. Y la segunda persona de esta
Trinidad Santa entró en el mundo haciéndose hombre en el seno de una familia.
Este abajamiento de Dios fue un acto de amor y nosotros hemos sido creados en
este amor y participado de él. Por eso somos personas, y no sólo individuos;
por eso somos imagen y semejanza de Dios, hechura de sus manos (Ef 2,10).
En la familia aprendemos a creer en Dios y a
amarlo; a amar y ser amados; amor gratuito, incondicional y compartido. Ejemplo
de esto es la familia santa de Nazaret. Dijo Jesús que “todo el que escuche sus
palabras y las ponga en práctica, edifica su casa sobre roca firme; y el que
escuche sus palabras y no las ponga en práctica, edifica su casa sobre arena”.
Pues esto es lo que aprendemos en la familia:
a edificarnos como personas y creyentes; la familia nos edifica y nos guía en
el sentido trascendente de nuestra existencia; mientras que el mundo con sus
ideologías construye una sociedad sobre arena. Y hacia esto están llevando
nuestras autoridades a la sociedad dominicana. (Por esto es que, hace tiempo
hemos venido pidiendo y hasta exigiendo, la creación del ministerio de la
familia, que absorba los ministerios de la mujer y la juventud, y que, en abril
de este año, un grupo de diputados sometió el proyecto de creación del mismo
para la promoción y defensa de esta institución fundamental de la sociedad.
Esperamos en Dios que sea aprobado).
El papa san Pablo VI, en su encíclica Humanae
Vitae, exhortaba a los gobiernos con estas palabras: “Decimos a los
gobernantes, que son los primeros responsables del bien común y que tanto
pueden hacer para salvaguardar las costumbres morales: no permitan que se
degrade la moralidad de sus pueblos; no acepten que se introduzcan legalmente
en la célula fundamental, que es la familia, prácticas contrarias a la ley
natural y divina. Es otro el camino por el cual los poderes públicos pueden y
deben contribuir a la solución del problema demográfico: el de una cuidadosa
política familiar y de una sabia educación de los pueblos, que respete la ley
moral y la libertad de los ciudadanos”. Y el papa san Juan Pablo II, en la Exh.
Ap. Familiaris Consortio (45), dice: “La autoridad pública, convencida
de que el bien de las familias constituye un valor indispensable e
irrenunciable de la comunidad civil, debe hacer cuanto pueda para asegurar a
las familias todas aquellas ayudas – económicas, sociales, educativas,
políticas, culturales – que necesitan para afrontar de modo humano todas sus
responsabilidades”.
¿Qué tenemos, podemos y debemos hacer los
cristianos ante esta realidad de ataque hacia la familia natural?
1- Pasar
de las palabras a los hechos. Tenemos que ser reflexivos ante esta realidad
para discernir, con sabiduría, sobre todo divina, los signos de los tiempos.
2- Asumir
una resistencia activa: tenemos que formarnos, investigar, aprender a escuchar
para descubrir la verdad y no dejarnos manipular.
3- El
evangelista san Juan (1Jn 2,12-15), nos dice: “Les escribo a ustedes, hijos,
porque por su nombre se les han perdonado sus pecados. Les escribo a ustedes,
padres, porque han conocido al que existe desde el principio. Les escribo a
ustedes, jóvenes, porque han vencido al maligno… porque son fuertes, y la
palabra de Dios permanece en ustedes, y han vencido al maligno. No amen al
mundo ni lo que hay en el mundo”.
4- ¿Cuál
es el mundo que no debemos amar? El mundo de las ideologías que niegan la
naturaleza humana y destruyen la familia. Hemos vencido al maligno. Tenemos que
combatir toda esta ley y ordenanzas que van contra natura y que nos quieren
imponer. Rechazar cualquier ley contraria a la vida y a la familia. ¡Tenemos
que ir contracorriente!
5- Tenemos
que cambiar de dirección, y esa dirección es el mismo Cristo y su evangelio.
6- El
Maestro de Nazaret dijo que seamos santos, como nuestro Padre celestial es
santo; no santurrones. Pues tenemos que combatir la crisis de santidad que nos
arropa: si la mediocridad es contagiosa, la santidad también lo es.
7- Pero
esto no es posible si no entramos en un camino constante de verdadera conversión.
El matrimonio y la familia han venido
experimentando una fuerte devaluación, donde cualquier tipo de sexualidad sin
matrimonio es celebrado y hasta “santificado”.
Como la feminidad ha venido sufriendo una metamorfosis
y deconstrucción, así mismo viene sucediendo con la masculinidad: si uno puede
eliminar la masculinidad de los hombres, puede destruir la distinción entre
hombre y mujer. Entonces puede destruir el matrimonio, la familia y luego la
sociedad.
Si no luchamos contra estos dioses modernos y
progres, contra estas políticas públicas de nuevo cuño; si no luchamos contra
lo políticamente correcto… tendremos que vivir la amarga experiencia de ver
cómo estos golpes llevan a la ruina de matrimonios rotos, padres destrozados,
madres desagarradas, familias destruidas, niños quebrantados y vidas
deterioradas, sin mencionar una generación rota, una cultura rota y una
civilización rota.
En realidad, si queremos vencer esta guerra
ideológica y de destrucción contra la familia natural y nuestra sociedad, hay
que traer de nuevo al evangelio de Jesucristo y a la fe cristiana a aquellos
que se han marchado; y los que estamos en él, mantengámonos con firmeza.
Cito aquí las palabras del primer presidente
de los EE. UU. de Norteamérica, George Washington que, en su Discurso de
despedida en 1796, para retirarse de la contienda política, estableció la
necesidad de la unión indisoluble entre religión y moral, y entre patriotismo y
religión. Una unión indispensable para el ejercicio del buen gobierno y para la
construcción del poder de la joven nación que él tanto había contribuido a
crear: “La religión y la moral son apoyos necesarios para fomentar las disposiciones
y costumbres que conducen a la prosperidad de los estados. En vano se llamaría
patriota el que intentase derribar esas dos grandes columnas de la felicidad
humana, donde tienen sostén los deberes del hombre y del ciudadano. Tanto el
devoto, - el hombre piadoso -, como el mero político debe respetarlas y amarlas...
Por mucho que influya en los espíritus una educación refinada, la razón y la
experiencia nos impiden confiar que la moralidad nacional pueda existir
eliminando los principios de la religión”.
Concluyo esta reflexión parafraseando las
palabras del papa san Juan Pablo II, en Familiaris Consortio: “El futuro de
la humanidad se fragua en la familia”, por: ¡El futuro de nuestra sociedad
dominicana, se fragua en la familia!
Seamos incondicionales a los valores,
principios y fundamentos de nuestra sociedad dominicana. Salvemos, defendamos y
promovamos los valores y exigencias de la familia natural.
¡Que Dios nos bendiga!