Por P. Robert A. Brisman P.
“No todo el que me dice
Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad
de mi Padre que está en los Cielos” (Mt 7,21); “Ustedes son mis amigos si hacen
lo que yo les mando” (Jn 15,14).
Titulo este artículo tomando las palabras que
pronunciara el entonces cardenal Karol Jozef Wojtyla, en el Congreso
Eucarístico en la ciudad de Filadelfia-Pennsylvania en 1976, y que quiero citar
in extenso para mi reflexión. Cito: “Ahora estamos parados frente a
la mayor confrontación histórica que la humanidad ha experimentado alguna vez.
No creo que el gran círculo de la sociedad americana, o de todo el amplio círculo
de la comunidad cristiana se dé cuenta de esto completamente. Ahora nos
enfrentamos a la confrontación final entre la Iglesia y la anti-iglesia, entre
el Evangelio y el antievangélico, entre Cristo y el anti-Cristo. El
enfrentamiento se encuentra dentro de los planes de la Divina Providencia.
Está, por lo tanto, en el plan de Dios, y debe ser un juicio que la Iglesia
debe asumir y afrontar con valentía. Tenemos que estar preparados para
someternos a grandes pruebas en un futuro no muy lejano. Pruebas que nos
obligarán a estar dispuestos a renunciar incluso a nuestras vidas. Y una
entrega total de sí mismos a Cristo y para Cristo. A través de sus oraciones y
la mía, es posible aliviar esta aflicción, pero ya no es posible para evitar
que suceda. ¡Cuántas veces la renovación de la Iglesia ha sido a través de la
sangre! ¡No va a ser diferente esta vez!”.
En la actualidad, la humanidad está
transitando por una situación de crisis cada vez más profunda en todos los
ámbitos: en lo político, lo económico, lo social, lo cultural y lo religioso.
Estamos, desde hace unos años atrás, al borde de una nueva guerra mundial con
el conflicto entre Rusia y Ucrania, pero que involucra a otros países
poderosos, donde los intereses económicos son siempre los que priman. ¡Toda
guerra es guerra económica! Parece que los líderes políticos del mundo están
esperando que sea el rival el que dé el paso de apretar el tan dicho “botón”
para el inicio oficial de una guerra nuclear. Desde hace tiempo se vienen
provocando uno al otro, y en el medio del conflicto está la gran mayoría de la
población mundial. Podríamos parafrasear esta situación de crisis con la
aplicación del dicho popular “amagar y no dar”, o también “un
pellizquito y mándate a huir”.
A esta crisis política o de geopolítica, se
suma otra crisis que, desde hace unos años atrás ya se venía anunciando, - y
que tomó auge con la pasada pandemia del virus del Covid, por las medidas extremas
que aplicaron los gobiernos en todo el mundo y que afecto grandemente la economía
mundial -, y es la crisis económica. Ya han empezado a quebrar grandes bancos
de naciones poderosas, y ésta empezó con la quiebra del banco de Silicon
Valley, en el estado norteamericano de California. Y ha empezado ya el efecto
dominó. De hecho, se presagia que esta crisis financiera será peor que la ya
conocida Gran Depresión del siglo pasado. Recordando que ya tuvimos la
amarga experiencia de otra crisis financiera en el 2008, a la cual el recordado
pontífice Benedicto XVI había señalado que el origen de esa crisis financiera era
una crisis moral.
Pues en medio de estas crisis, nos
enfrentamos como Iglesia, a una gran crisis que se ha venido “anunciando”, -
que más bien tiene un sentido profético -, desde hace tiempo atrás. Y aquí han
hecho su señalamiento los pontífices san Juan Pablo II y Benedicto XVI. Este último,
cuando aún era sacerdote, dijo en una serie de discursos pronunciados por la
radio en 1969, con relación a esta crisis a la que se enfrentaría la Iglesia de
Cristo, titulado “¿Cómo será la Iglesia en el 2,000?”: “El futuro de
la Iglesia puede y provendrá de aquellos cuyas raíces son profundas, y que
viven de la plenitud pura de su fe. No saldrá de aquellos que se acomodan
simplemente al momento que pasa, o de aquellos que simplemente critican a
otros, y asumen que ellos mismos son varillas de medición infalible; ni saldrá
de aquellos que toman el camino más fácil, que esquivan la pasión de la fe,
declarando falsos y obsoletos, tiranos y legalistas, todo lo que hace demandas
a los hombres, que los hiere y los obliga a sacrificarse. Para poner esto más
positivamente: el futuro de la Iglesia, una vez más como siempre, será
remodelado por los santos… ¿Cómo afecta todo esto al problema que estamos
examinando? Significa que el gran diálogo de aquellos que profetizan una
Iglesia sin Dios y sin fe, es todo charla vacía. No tenemos necesidad de una
Iglesia que celebre el culto de la acción en las oraciones políticas. Es
absolutamente superfluo. Se destruirá a sí misma. Lo que quedará es la Iglesia
de Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho hombre y nos
promete la vida más allá de la muerte”. Podemos interpretar aquí que el
sacerdote Ratzinger deja ver claro que la Iglesia permanecerá gracias a un
pequeño grupo de fieles.
Sigue diciendo el padre y teólogo Ratzinger: “El
tipo de sacerdote, que no es más un trabajador social, puede ser reemplazado
por el psicoterapeuta y otros especialistas; pero el sacerdote que no es un
especialista, que no está de pie, observando el juego, dando consejos
oficiales, sino que, en nombre de Dios, se pone a disposición del hombre, que
está al lado de ellos en sus penas, en sus alegrías, en su esperanza y en su
temor, tal sacerdote será ciertamente necesario en el futuro. De la crisis de
hoy surgirá la Iglesia del mañana, una Iglesia que ha perdido mucho. Se volverá
pequeña, y tendrá que empezar de nuevo más o menos desde el principio. Ya no
podrá habitar mucho los edificios que construyó en su prosperidad. A medida que
disminuya el número de sus adherentes, perderá muchos de sus privilegios
sociales”. Interpretamos aquí el señalamiento que hace el sacerdote
Ratzinger de que la Iglesia de Cristo será la Iglesia de los mínimos, del resto
fiel que estarán o estaremos dispuestos a dar hasta la propia vida por el
nombre de Cristo, sin importar lo que esto provoque en cuanto a la pérdida de
privilegios terrenos.
El teólogo Ratzinger sigue señalando en este
discurso profético: “Y así me parece que la Iglesia se enfrenta a tiempos
muy difíciles. La verdadera crisis a penas a comenzado. Tendremos que contar
con terribles trastornos. Pero estoy igualmente seguro de lo que quedará al
final: no la Iglesia del culto político, que ya está muerta, sino la Iglesia de
la fe. Puede que ya no sea el poder social dominante en la medida en que lo fue
hasta hace poco; pero disfrutará de un nuevo florecimiento y será vista como el
hogar del hombre, donde encontrará vida y esperanza más allá de la muerte”.
Estas palabras del teólogo Ratzinger nos recuerdan la promesa de Cristo de que
su Iglesia no será derrotada por los poderes del infierno. Será sí sometida a
pruebas, a grandes tribulaciones, fuertes embates; pero jamás será hundida ni
destruida ni derrotada. De hecho, esta crisis servirá también para su
purificación; para separar las ovejas de los lobos; los verdaderos cristianos
de los falsos cristianos.
Gracias por compartir estás reflexiones...muy claras y precisas.
ResponderBorrarSolo dos cosas me inquietan en este momento a la luz de esta lectura.
La primera, que haya pasado desapercibida la crisis sanitaria como parte de la estrategia del globalismo y que lamentablemente hasta ha sido secundada por la Jerarquía de la Iglesia, adecuándose a las exigencias de la tecnocracia mundial, llegando a pontificar como un deber cristiano el vacunarse...
Y, segundo, no me queda muy claro qué debemos hacer los cristianos: dejarnos aplastar por el rodillo o batallar, denunciar, hasta dar la vida si es preciso.
hola miguel.
ResponderBorrarLamentablemente, esa fue una amarga y desilusionante experiencia que tuvimos que vivir como cristianos y como iglesia. yo, en lo personal, nunca hubiera mandado a cerrar nuestros templos. Ese fue un tremendo error y que contribuyo para complicar mas la situación de crisis (miedo y pánico), que vivió nuestra gente y fieles. a tal grado, que todavía hoy estamos en camino de recuperar el fervor religioso que teníamos antes del encierro. Por otro lado, lo que debemos hacer es mantenernos en la fidelidad a Cristo, a su evangelio y su Iglesia para seguir en el camino de la salvación. Como lo dijo el papa Benedicto XVI, cuando aún era sacerdote, la Iglesia de Cristo en un futuro será la Iglesia de los mínimos, es decir, del pequeño rebaño que permanece fiel a su pastor y Señor. debemos fortalecer más nuestra fe a Cristo y pertenencia a su Iglesia para que así podamos mantenernos en pie ante estos embates que ya estamos viviendo y que, con el paso del tiempo, se serán más fuertes.