En la oración colecta de la misa, hemos
recordado que Dios en su admirable providencia, hizo que la madre de su hijo
participara en las angustias y sufrimientos humanos, y que por la intercesión
de ella en su advocación de la Merced -misericordia-, consuelo de los afligidos
y liberadora de cautivos, le pedimos que todos los que sufren cualquier tipo de
esclavitud, consigan la verdadera libertad de los hijos de Dios.
En agosto pasado, la familia de la Orden de
la Merced celebró ochocientos tres años de existencia en la que ha venido
realizando una misión y un apostolado de liberación de las diferentes esclavitudes
a las que el ser humano ha sido sometido, de manera muy especial, de la
esclavitud por causa de su fe en Jesucristo por los musulmanes. De hecho, esta
situación fue la que dio origen al nacimiento de la Orden religiosa. Fue esta
realidad la que provocó el que la madrugada entre el 1 y 2 de agosto de 1218,
se manifestara al joven mercader Pedro Nolasco, la Madre del cielo, la virgen María
con el título de Nuestra Señora de la Merced, redentora de cautivos por la fe.
Por medio de la Madre de su Hijo, Dios escuchó el clamor y el sufrimiento de
esos hijos suyos que sufren esclavitud por creer en él, y bajó a liberarlos.
En la actualidad, la Orden de la Merced se
dedica a liberar las almas de los cristianos de las cadenas del pecado, más
fuertes y duras que las de la peor de las prisiones. El Señor dijo: “Mas
a quien me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi
Padre celestial” (Mt 10,33). Pues muchos cristianos tuvieron que
enfrentar y aceptaron la esclavitud por el hecho de no renegar de su fe en
Cristo; supieron mantenerse firmes en la libertad que Cristo vino a ofrecernos;
porque, como dice san Pablo en la segunda lectura, fuimos llamados a la
libertad.
Recordar y celebrar a nuestra Madre de la
Merced, nos tiene que conducir a acordarnos de nuestros hermanos que de
diferentes modos sufren cautiverio o son marginados a causa de su fe, o padecen
en un ambiente hostil a sus creencias. Y es que la persecución por motivos
religiosos siempre ha existido desde los orígenes de la Iglesia, del cristianismo.
El mismo Jesús padeció la persecución. Él dijo que, si a él lo han perseguido,
a nosotros, -sus discípulos-, también nos perseguirán. Pero el que se mantenga
firme hasta el final, ese se salvará. Y esta persecución se da también en
países de tradición cristiana.
Dios sigue padeciendo en sus hijos. No llora
en el cielo, sino más bien en la tierra. Sus lágrimas se deslizan
ininterrumpidamente por el rostro divino de su Hijo amado que, aun siendo Uno
con el Padre celestial, aquí en la tierra sobrevive y sufre. Y las lágrimas de
Cristo son lágrimas de Dios. El monje holandés W. Van Straten, en su obra “Dios
llora en la Tierra”, dice: “Dios llora en todos los afligidos, en
todos los que sufren, en todos los que lloran hoy en día. No podemos amarlo
sino enjugamos sus lágrimas.” Y es que Cristo sigue padeciendo hoy en
día en cada hombre y mujer que sufre cualquier esclavitud. Sigue padeciendo con
la cruz a cuestas ante nuestros ojos, y nosotros no podemos quedarnos indiferentes,
como meros espectadores.
El cristiano debe de ser, a ejemplo del
Maestro de Nazaret, discípulo con corazón misericordioso para todos aquellos
que sufren en su propia carne la esclavitud de la enfermedad o cualquier otra
necesidad. Orar por aquellos que sufren a causa de su fe, para que sean fuertes
y den testimonio de Cristo. Hemos de vivir la misericordia con aquellos que
experimentan el mayor de los males y de las opresiones: el pecado. “Por
esto, les dije que morirán en sus pecados. Sí, si no creen que yo soy, morirán
en su pecado” (Jn 8,24).
La humanidad está atravesando lo que
podríamos calificar como “nuestro valle de lágrimas”. Estamos viviendo
unos tiempos muy difíciles, de muchas convulsiones, que nos están llevando a
una especie de colapso, de caos y de esclavitud. La humanidad parece no
reaccionar ante este colapso que está experimentando y pareciera más que está poseída
por una especie de “espíritu impuro”. Las sociedades están en un proceso
de reinvención por la fuerza: las verdades fundamentales las están reemplazando
por nuevas y falsas verdades. Hoy vemos cómo se ha caído en la destrucción de
la misma vida del ser humano, sobre todo del ser humano más indefenso, el que
se desarrolla en el vientre materno. Se siguen estableciendo leyes asesinas en
las legislaciones de los países disfrazándolas de unos nuevos, pero falsos
derechos de la mujer y que golpean de tal manera el conjunto de los verdaderos derechos
humanos hasta su anulación, así como la cohesión social y el aparato económico.
Se aprueban leyes que se ensañan contra los ancianos y los enfermos que, bajo
la falsa de una “muerte digna”, se les asesina porque son un estorbo y ocasionan
gastos económicos para el estado y las familias. Porque el fin no es eliminar
la enfermedad, sino eliminar a los enfermos y a los ancianos.
La civilización cristiana y occidental, que
está fundamentada en la dignidad de la persona como criatura e hija de Dios,
está siendo aniquilada, resquebrajada, borrada…, para ser sustituida por una
nueva sociedad, por un nuevo orden. Las bases, los fundamentos y los principios
de la sociedad occidental están siendo atacados por los partidarios del
maligno, del enemigo de Cristo. Esta es una lucha entre dos poderes
espirituales: el poder del bien enfrentando al poder del mal, el Reino de Dios
contra el reino del mundo. Es como si el maligno gobernara las naciones.
En la segunda lectura de la misa, hemos
escuchado que el apóstol san Pablo nos recuerda que “Para ser libres, nos
libertó Cristo. Y hay que mantenernos firmes, para no dejarnos oprimir
nuevamente por el yugo de la esclavitud”. El cristianismo creó el
concepto de libertad, pero esa libertad no implica que las criaturas se revelen
al Creador: “Hemos sido llamados a la libertad; pero no podemos tomar esa
libertad como pretexto para la carne”, - nos sigue diciendo el apóstol
de los gentiles-; sino que debemos asumir plenamente que somos hijos de Dios, y
que, como tales, debemos de actuar. Es por esto por lo que la libertad en
sentido cristiano nos conduce a superar el egoísmo y a vivir la capacidad del
amor. ¡Esta es la verdadera libertad de los hijos de Dios!
Pero hay quienes están enfocados y empecinados
en quitarnos esta libertad, para encadenarnos y esclavizarnos a sus directrices,
para llevarnos al servilismo, para tiranizarnos con la drogadicción, la
pornografía, el desenfreno, la avaricia, etc. Los poderosos de hoy, los que se
han adueñado del mundo, los que se creen que son los amos del mundo,
ridiculizan y combaten la fe, y esto sucede ante la mirada indiferente de gran
parte de la humanidad e incluso de muchos que se dicen cristianos. Se forman en
grupos para ir contra los símbolos religiosos y grandes figuras del pasado. Algunas
instituciones católicas, como universidades y colegios, han claudicado a esta
nueva dictadura del pensamiento único y de lo políticamente correcto. El
occidente cristiano se ha convertido en una cultura de muerte y conflictos. Ya
esto lo denunció el papa san Juan Pablo II cuando la calificó de la “cultura
de la muerte”, con imposición de la ideología de género, aborto, eutanasia,
legalización de las uniones civiles homosexuales, adopción por parte de estas
uniones, legalización de las relaciones entre adultos y menores, que no es más
que la legalización de la pederastia; el mal llamado “cambio de sexo”, que no
es más que una cirugía de amputación del órgano sexual biológico y sano para
implantarse uno artificial, y que en algunos países se ha legalizado para los
menores sin el consentimiento de sus padres, ya que dicen que es violatorio a
los derechos del menor; el mal llamado
lenguaje inclusivo, etc. Estos poderosos quieren hacer un mundo a su medida;
quieren eliminar al Dios único y verdadero, nuestra fe en Jesucristo y su Iglesia,
para imponer a su dios y sus ídolos. Siguen resonando en sus conciencias, -si
es que la tienen -, las palabras dichas por la serpiente a Adán y a Eva: “serán
como dioses”. Y todo esto, ya en algunos países se les enseña a
nuestros niños desde su más tierna edad en las escuelas; y en nuestro país lo
quieren imponer. ¿Qué es en realidad lo que está en caos? ¿El planeta o la
civilización humana?, ¿Las relaciones entre las personas? ¿La valorización de
la vida humana? La civilización occidental ha venido transitando el camino de
labrar su propio destino, apartándose de Dios. Somos una especie de jurado que
ha decidido quién vive y quién muere; quién es un hombre y quién es una mujer.
Nos estamos destruyendo a nosotros mismos. Dios, por medio del profeta Jeremías
(13,10), nos advirtió: “Este pueblo malo que rehúsa oír mis palabras, que
siguiendo su obstinado corazón se va tras otros dioses, para servirles y
adorarlos, vendrá a ser como este cinturón que para nada es útil”.
¿Cómo afecta todo esto a la religión, a la
fe, al cristianismo? Pues hay muchos creyentes que dentro de la misma religión
ya no creen que el mal existe. Pero es que esta es la gran estrategia del
maligno: hacerle creer al hombre que él no existe, para entonces tener todo el
camino libre para hacer su guerra, contando con la complicidad ciega de muchos
cristianos de mentalidad liberal y progresista, y esto incluye a muchos
políticos que promueven leyes morales contrarias a la fe cristiana. Sólo volviendo
a Dios, aceptando humildemente nuestra condición de criatura de un Dios
amoroso, entregándole las riendas e inclinándose en obediencia a él, nuestra
cultura puede salvarse.
Ya el papa Benedicto XVI había denunciado que
la civilización occidental ha caído en las garras de la esclavizante “dictadura
del relativismo”, que no es más que la doctrina que no reconoce nada como
definitivo y que deja sólo al yo y sus deseos como medida última.
Con todos estos acontecimientos que se están
sucediendo en el mundo, podríamos decir que parece ser que nos encontramos ya
en el final de los tiempos: un momento en que Dios hará una purificación de la
civilización humana, donde vendrá una iluminación de conciencia de cada ser
humano para que vuelva a él.
Hoy la humanidad está inmersa y dominada por
la esclavitud del miedo, del pánico y del terror. El miedo está anulando
nuestra capacidad crítica y estamos asumiendo obligaciones y limitaciones que
no tienen ninguna lógica. La mayoría, asustada, ya no cuestiona esta falta de
lógica; y es que el temor, el miedo, el pánico y el terror les impide razonar. El
novelista George Orwell dijo: “Lo importante es mantener a la población en
estado de continuo miedo… así se mantiene un estado de emergencia nacional
interminable justificando cualquier abuso de las autoridades”.
Hay un mar de confusión. Por una parte,
nuestras autoridades civiles demuestran una falta de criterio al dictar órdenes
confusas y contradictorias; por el otro lado, tenemos unos medios de
comunicación que se han unido a la narrativa de lo ilógico, confundiendo más
que aclarando, desinformando más que informando. Nos encaminan hacia un proceso
de control social, y no de un real y verdadero control de una enfermedad.
Hoy celebramos a nuestra madre la Virgen María
de la Merced, Patrona de nuestra República Dominicana. En nuestro escudo
nacional tenemos la palabra “libertad”. Juan Pablo Duarte, en su proyecto de constitución
de la república, escribió: “La nación está obligada a conservar y proteger
por medio de leyes sabias y justas la libertad personal, civil e individual,
así como la propiedad y demás derechos legítimos de todos los individuos que la
componen”. Vemos así que, para Juan Pablo Duarte, su primera preocupación
era la libertad personal del ciudadano que ha de vivir en una sociedad libre.
El deber de salvar y proteger esa libertad la sitúa en la comunidad humana y
jurídica que es la nación. La protección jurídica de la libertad es un modo
humanista de pensar, bien fundado en los postulados del evangelio, que él no sólo
profesaba de palabra, sino que vive y proyecta fiel en su obra redentora. Sólo
una educación de la libertad en la conciencia de cada ciudadano es fundamento sólido
para que en la comunidad surja un verdadero respeto a ese don inapreciable que
Dios ha dado al hombre.
Debido a esta crisis mundial de salud,
provocada por el virus del covid-19, nuestra sociedad dominicana se debate
entre lo que parece ser la búsqueda del enfrentamiento y la división vs la
protección de la libertad y de conciencia. Tenemos el ejemplo de lo que está
sucediendo con el tema polémico de las vacunas (tema que nunca nos pondremos de
acuerdo). Este tema ha venido calando en lo profundo de la sociedad provocando
mucha división, incluso a lo interno de las familias y ha llegado a implantarse
en la comunidad cristiana. Es una especie de nueva esclavitud que atenta contra
la unidad de los cristianos querida por Jesús: “A fin de que todos sean
uno, como Tú, Padre, en Mí y Yo en Ti, a fin de que también ellos sean uno en
nosotros, para que el mundo crea que eres Tú el que me enviaste” (Jn
17,22). La sociedad dominicana se ha dividido en dos grupos antagónicos: los
pro-vacunas y los anti-vacunas. Han venido realizando una campaña publicitaria
basada más en el miedo, el pánico y el chantaje; y no en una real y verdadera
campaña de motivación, exhortación y concientización. Por un lado, una parte de
nuestros legisladores quieren establecer una ley de vacunación obligatoria,
violando así lo establecido en nuestra constitución y en los diferentes
tratados internacionales de derechos humanos. Por el otro lado, no solamente
hay quienes abogan porque se obligue a todos los ciudadanos a vacunarse, sino
que también se les coarten sus libertades y derechos; y, como si fuera poco, que
se imponga en la comunidad cristiana. Se crean así categorías de ciudadanos y
también de feligreses. Se quiere que sólo los vacunados puedan entrar a los
restaurantes, supermercados, tiendas, cines, gimnasios, bancos, plazas, eventos
públicos, etc., y lo mismo al templo; y los no vacunados que se queden en sus
casas y fuera del templo. Eso es discriminación y segregación; es establecer
diferencias y categorías de ciudadanos y de cristianos. No podemos jamás
permitir ni auspiciar que caigamos en esta especie de discriminación. Tan fácil
es pedir que todo el que sienta que los demás son una especie de amenaza de
contagio, pues que se compre un perro y se quede encerrado en su casa. La Iglesia,
el templo es para todos, para los pecadores, no para el pecado. Lo que nos hace
cristianos e hijos de Dios es el bautismo, jamás una vacuna. La casa de Dios no
es un lugar exclusivo. No podemos hacer esta distinción entre los hijos de Dios,
ni entre ciudadanos. El apóstol Santiago
(2,1-4), nos dice: “No junten la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso
con la acepción de personas. Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica.
Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre
andrajoso. Ven al bien vestido y le dicen: por favor, siéntate aquí, en el
puesto reservado. Al otro, en cambio: estate ahí de pie o siéntate en el suelo.
Si hacen eso, ¿no son inconsecuentes y juzgan con criterios malos?”. ¿O
también se le va a exigir a un católico que, para recibir la gracia de los
sacramentos, tener un encuentro de fe con Cristo, debe estar vacunado?
Entonces ¿quiere decir que nosotros vamos a
decirles a los vacunados: pasa y siéntate aquí, en el lugar reservado porque
estas protegido; y al no vacunado le diremos no vengas al templo y si vienes
quédate en el rincón porque nos puedes contagiar? Ya se sabe, por los resultados
científicos que los vacunados también se contagian y pueden contagiar a los no
vacunados, porque todas las vacunas para este virus todavía están en su fase
experimental. En fin, éstos son los nuevos leprosos y cautivos que nosotros, -
los que nos creemos sanos, buenos y puros -, estamos creando y apartándolos de
Cristo. Y yo pregunto: ¿quién les ha dado esa autoridad?
Nuestra sociedad dominicana, hoy padece y
experimenta lo que podríamos llamar como la claudicación de la libertad, de la
libre expresión y libertad de conciencia. Nuestra sociedad hoy se debate entre
la esclavitud de la degradación moral, - auspiciada por instituciones públicas
y privadas, con esta agenda progresista, globalista, genocida y deshumanizante,
llamada Ideología de género -; y la puesta en práctica de valores básicos como
son la verdad, el amor, el respeto mutuo, el trabajo, la honradez, la caridad,
la solidaridad, la fraternidad, el desinterés, la valentía, la constancia y
otros valores que por tanto se han de inculcar desde muy temprano en la
juventud. Dante Alighieri, autor de la Divina Comedia, dijo: “Los lugares
más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su
neutralidad en tiempos de crisis moral.”
“La unidad hace la fuerza”, reza el dicho. Necesitamos
hoy más que nunca que nuestra sociedad dominicana esté unida para poder
enfrentar todas estas nuevas esclavitudes que amenazan nuestra convivencia. Hay
quienes nos quieren divididos y enfrentados, sometidos a sus directrices
esclavizantes. Quieren nuestra libertad, quieren tiranizarnos. No lo
permitamos. Liberémonos de la esclavitud del miedo, del pánico, la manipulación
y el chantaje. Aprendamos a cuestionar, a investigar, a saber escuchar a otros más
doctos; ¡Manifestémonos en la plaza pública! En fin, no claudiquemos en
nuestros derechos y libertades.
Acudamos
con confianza, amor y devoción a nuestra Madre de la Merced como eficaz
intercesora, para que mueva a todos aquellos que se encuentran alejados de su
Hijo para que se acerquen a él, especialmente a través del sacramento de la
penitencia y para que fortalezca y alivie a quienes de alguna forma sufren
persecución por ser fieles a su fe, a la Iglesia de Cristo y su evangelio.
Vivamos en la libertad de los hijos de Dios si queremos que los demás sean
libres. Asumamos en nuestra vida el lema de los mercedarios: ¡Libres para
liberar!
Que Dios les bendiga.