El mal existe, de eso no
tenemos dudas. El mal no viene de Dios. El mal fue introducido en el mundo por
el enemigo de Dios. El evangelio nos ilustra al respecto en la parábola sobre
la cizaña, que nos advierte que el enemigo de Dios es el que ha sembrado, en la
noche, la cizaña para que dañara el trigo (Mt 13, 24-30). Le pedimos a Dios en
esta súplica no dar al maligno más fuerza de lo soportable. Le pedimos que nos
salve, que nos redima, que nos libere. Es la petición de la redención
(Benedicto XVI).
Este “mal
o maligno”, está representado en las Sagradas Escrituras por diferentes imágenes.
Una de ellas la encontramos en el libro del apocalipsis cuando el autor usa la
palabra “bestia”, que ve salir del
fondo, del oscuro abismo del mar con los distintivos del poder político romano
y que representaba un poder amenazante contra los cristianos. Ante esta
amenaza, el cristiano en tiempo de la persecución invoca al Señor, la única
fuerza que puede salvarlo: redímenos, líbranos del mal.
Ahora, si esto fue en tiempos del Imperio Romano,
lo cierto es que hoy día esta amenaza sigue siendo actual. Hoy nos enfrentamos
a todo un sin número de amenazas e ideologías: los poderes de mercado, el
capitalismo salvaje que denunció el Papa Juan Pablo II, el narcotráfico, la
trata de personas, el lavado de dinero, tráfico de armas, etc., que son un
lastre para el mundo y arrastran a la humanidad hacia ataduras de las que no
nos podemos librar tan fácilmente. De esto le pedimos al Señor “líbranos del mal”. Están las diferentes
ideologías que conducen al hombre a un sin sentido y más bien a apartarse de
Dios y sus designios, ya que presentan a Dios como algo innecesario y como
obstáculo para el desarrollo del mismo hombre. Presentan a Dios como una farsa,
algo que hace perder el tiempo. Así conducen al hombre a un disfrute desenfrenado
de la vida, sin compromiso ni responsabilidades. Son muy ilustrativas las
palabras de Gandhi que dijo: “los siete
pecados de la sociales de la humanidad son dinero sin trabajo, política sin
principio, placer sin responsabilidad, negocios sin moral, conocimiento sin
carácter, ciencia sin humanidad y religión sin sacrificio”.
Esta petición nos alerta en el sentido de que
si perdemos a Dios, nos habremos perdido a nosotros mismos; entonces seremos
tan solo un producto casual de la evolución, y así entonces habrá triunfado el Dragón.
Permanecer con Dios, junto a Dios, es estar íntimamente sano. La humanidad
necesita de sanación. Por esto mismo Jesús, en su diálogo con Pilatos dice que
su Reino no es de este mundo; y tuvo razón el Señor porque, si fuera de este
mundo no hubiera podido ofrecer sanación a este mundo enfermo por el mal, por
el pecado.
San Cipriano dijo: “Cuando decimos líbranos del mal, no queda nada más que pudiéramos
pedir. Una vez que hemos obtenido la protección pedida contra el mal, estamos
seguros y protegidos de todo lo que el mundo y el demonio puedan hacernos”.
Debemos de vivir con la confianza en el Señor que todo lo puede, como lo
manifestó san Pablo: “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?
¿La aflicción, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro,
la espada?... En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado”.
Esta es la seguridad del que vive abandonado al Dios de Jesús. Esta es la promesa
de triunfo que prometió a sus seguidores. San Pablo lo entendió muy bien y fue
lo que transmitió a los demás. Son las palabras que el mismo Señor Jesucristo
trasmitió a sus seguidores cuando les dijo: “Animo, si yo he vencido al mundo
(maligno), ustedes también lo podrán vencer”; nada más que nos puso una
condición para poder lograr este triunfo: “tendrán que venir todos hacia mí, porque
sin mi nada podrán hacer”.
Esta es la riqueza y el gran tesoro que encontramos
en esta oración del Padre Nuestro u oración del Señor y también oración
dominical. Son muchas las reflexiones que se han hecho y muchos los libros que
se han escrito para analizar y profundizar en la misma. La tarea sigue ardua,
porque el mensaje de Dios no se agota en las palabras. Sus palabras son
palabras de vida y son siempre nuevas. Estas no han sido más que un aporte para
seguir profundizando en ella y que así podamos fortalecer nuestra fe y
compromiso cristiano en una humanidad que quiere cada vez más desvincularse de
Dios, no dándose cuenta que cada paso que da en esta dirección, se encaminada
más y más a un abismo del cual lo único que sacará de él será su destrucción
para siempre.
Bendiciones.