Es la afirmación clara y terminante del amor
de Dios por nosotros, y cómo este amor es la causa verdadera de la presencia de
su Hijo en el mundo. Creer en Jesucristo significa ponerlo a él en el primer
lugar en nuestra escala de valores. De modo que a la hora de actuar, lo hacemos
según lo que dice él, y no según lo que diga “yo”. Esta es la garantía de no
ser juzgado.
Por eso también, creer en Jesús como “nuestro
salvador” personal es aceptar que él ha pagado el precio por nuestros pecados
pasados, presentes y futuros. Todos somos pecadores, como dice san Pablo 3,
10-12: “todos se desviaron, a una se corrompieron; no hay quien obre el bien,
no hay siquiera uno”.
Nadie puede salvarse a sí mismo. Dios nos
dice que “el salario del pecado es la muerte; pero el don de Dios, la vida
eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 6,23). Nada de lo que hagamos,
ninguna obra buena puede servir para obtener el perdón o la salvación. Si así
fuese, inútil hubiese sido el sacrificio expiatorio de la muerte de Cristo. El
fue nuestro sustituto, murió en nuestro lugar, cargó y sufrió nuestros pecados
(Isaías 53,3-7).
El plan de Dios para nuestra salvación
consiste, no en que tengamos que hacer algo, sino solo creer, tener fe, confiar
en que los méritos de Jesús son suficientes: “ellos le dijeron, ¿qué hemos de
hacer para obrar las obras de Dios? Jesús les respondió: la obra de Dios es que
crean en quien él ha enviado” (Jn 6.28-29).
A todo esto podemos decir que, el nombre de
“Jesús” en hebreo significa “Dios salva”; el nombre “Cristo” en griego
significa “el ungido”, que a su vez equivale a “mesías” en hebreo. El mesías es
el ungido de Dios por excelencia, para ser enviado a restaurar el Reino de Dios
en el mundo. Quien ha ungido es el Padre; quien ha sido ungido es el Hijo, y lo
ha sido en el Espíritu Santo, que es la unción (san Ireneo).
Pero también es importante tener en claro lo
siguiente. Creer en Jesucristo es creerle a él, creer que todo lo que dice es
verdad, y conformar nuestra vida conforme a ello: “si me aman guardarán mis
mandamientos” (Jn 14,15). Creer en Jesús significa aceptarle como Señor supremo
de nuestra vida, y que en nuestra vida no se haga mi voluntad, sino la suya.
Para saber cuál es la voluntad de Cristo, es
necesario acudir asiduamente a las fuentes que nos ha dejado para conocerla,
que son su palabra y la enseñanza de nuestra Iglesia. Pero no basta con
escuchar la palabra de Dios, sino que es menester ponerla en práctica, porque
“no todo el que me diga señor, señor, entrará en el Reino de los cielos, sino
el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial”.
Creer en Jesucristo es guardar su palabra, y
para esto es necesario estudiarla, meditarla y practicarla, para que algún día
podamos decir como san Pablo “no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”. Creer no
es solamente una actitud emocional, sino que es una consagración. Es
convertirme en instrumento en las manos de Dios; y esto tiene que provocar
cambios en mí. Para ser cristiano, hay que vivir como Cristo. Nuestra fe en
Cristo nos tiene que llevar a una constante y permanente lucha contra aquello
que atenta desfigurar nuestra verdadera imagen de cristianos, el pecado. El
hombre y la mujer de fe no es nada más aquel que dice creer en Cristo, sino
sobre todo, aquel que confía en Cristo.
Bendiciones.
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