martes, 26 de marzo de 2013

Creer en Cristo

  En el evangelio de san Juan 3,16.18 leemos: “porque tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna… el que cree en él no es juzgado; pero el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios”.

  Es la afirmación clara y terminante del amor de Dios por nosotros, y cómo este amor es la causa verdadera de la presencia de su Hijo en el mundo. Creer en Jesucristo significa ponerlo a él en el primer lugar en nuestra escala de valores. De modo que a la hora de actuar, lo hacemos según lo que dice él, y no según lo que diga “yo”. Esta es la garantía de no ser juzgado.

  Por eso también, creer en Jesús como “nuestro salvador” personal es aceptar que él ha pagado el precio por nuestros pecados pasados, presentes y futuros. Todos somos pecadores, como dice san Pablo 3, 10-12: “todos se desviaron, a una se corrompieron; no hay quien obre el bien, no hay siquiera uno”.

  Nadie puede salvarse a sí mismo. Dios nos dice que “el salario del pecado es la muerte; pero el don de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 6,23). Nada de lo que hagamos, ninguna obra buena puede servir para obtener el perdón o la salvación. Si así fuese, inútil hubiese sido el sacrificio expiatorio de la muerte de Cristo. El fue nuestro sustituto, murió en nuestro lugar, cargó y sufrió nuestros pecados (Isaías 53,3-7).

  El plan de Dios para nuestra salvación consiste, no en que tengamos que hacer algo, sino solo creer, tener fe, confiar en que los méritos de Jesús son suficientes: “ellos le dijeron, ¿qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios? Jesús les respondió: la obra de Dios es que crean en quien él ha enviado” (Jn 6.28-29).

  A todo esto podemos decir que, el nombre de “Jesús” en hebreo significa “Dios salva”; el nombre “Cristo” en griego significa “el ungido”, que a su vez equivale a “mesías” en hebreo. El mesías es el ungido de Dios por excelencia, para ser enviado a restaurar el Reino de Dios en el mundo. Quien ha ungido es el Padre; quien ha sido ungido es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu Santo, que es la unción (san Ireneo).

  Pero también es importante tener en claro lo siguiente. Creer en Jesucristo es creerle a él, creer que todo lo que dice es verdad, y conformar nuestra vida conforme a ello: “si me aman guardarán mis mandamientos” (Jn 14,15). Creer en Jesús significa aceptarle como Señor supremo de nuestra vida, y que en nuestra vida no se haga mi voluntad, sino la suya.

  Para saber cuál es la voluntad de Cristo, es necesario acudir asiduamente a las fuentes que nos ha dejado para conocerla, que son su palabra y la enseñanza de nuestra Iglesia. Pero no basta con escuchar la palabra de Dios, sino que es menester ponerla en práctica, porque “no todo el que me diga señor, señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial”.

  Creer en Jesucristo es guardar su palabra, y para esto es necesario estudiarla, meditarla y practicarla, para que algún día podamos decir como san Pablo “no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”. Creer no es solamente una actitud emocional, sino que es una consagración. Es convertirme en instrumento en las manos de Dios; y esto tiene que provocar cambios en mí. Para ser cristiano, hay que vivir como Cristo. Nuestra fe en Cristo nos tiene que llevar a una constante y permanente lucha contra aquello que atenta desfigurar nuestra verdadera imagen de cristianos, el pecado. El hombre y la mujer de fe no es nada más aquel que dice creer en Cristo, sino sobre todo, aquel que confía en Cristo.

 

Bendiciones.

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario