La encíclica del papa Benedicto XVI “Dios es amor”, comienza con este
pasaje de la carta de san Juan “Dios es amor, quien permanece en el amor habita
en Dios y Dios habita en él”. Estas palabras de la carta de san Juan expresan
con singular claridad el centro de la fe cristiana, la imagen cristiana de Dios
y también la consiguiente visión del hombre y de su camino.
El camino de todo cristiano esta en amar a Dios y servir a los hermanos
en el amor y la misericordia, especialmente con los más necesitados, como hizo Jesús.La parábola del buen samaritano Lc 10, 29-37; cuenta como solo este hombre, que no era bien visto por los judíos ayuda a un hombre que había sido asaltado y golpeado en el camino y que había sido ignorado por un sacerdote y un levita que pasaron delante de él sin atenderlo, por considerar que el contacto con su sangre podía contaminarlos.
La parábola debe inducirnos a transformar nuestra mentalidad según la
lógica de Cristo, que es la lógica de la caridad: Dios es amor, y darle culto
significa servir a los hermanos con amor sincero y generoso.
Este relato evangélico ofrece el “criterio de medida”, es decir, la
universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado encontrado en
“cualquier caso”, “quien quiera que sea”. Junto a esta regla universal, aparece
una exigencia específicamente eclesial: que “en la iglesia misma, en cuanto
familia, ningún miembro sufra por necesidad”. El camino del cristiano,
aprendido de la enseñanza de Jesús, es “tener un corazón que ve” donde hay
necesidad de amor y actuará de manera consecuente”.
En esta parábola, Jesús subraya la
importancia primordial del mandamiento del amor y nos invita a practicar la
misericordia con nuestro prójimo.
En algunos textos de las cartas del apóstol san Pablo, nos presenta un
lineamiento de lo que el Señor nos pide a todos los que queremos caminar con él.
Nos presenta todo un programa de la vida cristiana: el amor (Rm 12, 9-21).
Algunos de estos rasgos del amor
cristiano son:
Que el
amor sea sincero.
La virtud de la sinceridad significa abrir el corazón. No ocultar nada,
claro dejándonos orientar por la discrecionalidad, la capacidad de acogida que
el otro tenga, la confiabilidad que el otro me ofrece. No es conveniente que yo
le abra el corazón al primero que se me cruce en el camino. Sería una
imprudencia de mi parte revelar a otro o a otros situaciones personales que yo
u otro esté viviendo. Amar es evitar a toda costa el mal y desear siempre el bien del que yo amo.
Que entre
ustedes el amor fraterno sea verdadero cariño y adelántense al otro con respeto
mutuo.
El que ama de verdad no se le permite la farsa, hacer las cosas para quedar
bien ante el otro. Que el otro sienta que lo quiero como él es, nunca por
lastima.
En la carta a los Gal 6, 2 leemos “tenemos que ayudarnos mutuamente a
llevar las cargas de los otros”; tenemos que aprender a rechazar las
tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad y
envidias.
Adelantarnos.
Cuando yo amo no me hago del rogar para prestar un servicio al que yo
amo o me pide un servicio. Estoy presto, si está en mis posibilidades hacerlo.
La Virgen María es un hermoso ejemplo de ese adelantarse cuando el ángel Gabriel
le dice que su prima Isabel está en su sexto mes. ¿Qué hace ella? Sale
corriendo a servir a su prima, que es de edad avanzada y que requiere de su
atención. Por lo tanto saber adelantarse es una cualidad de delicadeza
espiritual.
Que incomodo es cuando hay que rogarle a alguien que nos haga un
servicio. A veces tendremos que renunciar a lo que nos agrada a favor de los
hermanos. ¿Cuántas veces esto nos ha pasado en nuestros hogares, aquí en san
pablo?
Sean
diligentes y no flojos.
El amor exige trabajo, ser eficientes, creativos, agilizar el paso.
Hacer las cosas de buena manera y no de cualquier manera sino con calidad. No
postergar lo que se nos ha pedido realizar a favor de los demás. No hay tiempo
que perder. La flojera, el descuido no puede apoderarse de nosotros.
Sean
fervorosos en el espíritu y sirvan al señor.
El espíritu santo es dinamizador de nuestras vidas, nos recrea, nos
ilumina, nos fortalece, nos empuja que nuestras relaciones de amor fraterno
sean autenticas y nos transforme en testigos y misioneros del amor de dios
entre los hermanos. Por lo tanto quien ame de verdad debe darle un espacio al
espíritu y pedirle que venga en su ayuda.
Sirvan al
señor.
Ese gran amor que recibimos de “aquel que nos amor primero”, no puede
quedar encerrado en nosotros es menester comunicarlo. Santa Teresa de Ávila, dirá
en forma muy simple “amor saca amor” es decir, si amas te amaran. Y en cursillos
se nos dice “la medida del amor es amar sin medida”; mi amor al Señor deberá
traducirse en al amor al prójimo. Juan pablo II dijo “hay que capacitarse para
sentir al hermano como alguien que me pertenece para compartir sus alegrías y
sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para
ofrecerle una verdadera y profunda amistad.
Tengan
esperanzas y sean alegres.
En 1Pe 3, 15 leemos “que hay que estar dispuestos a dar razón de nuestra
fe a quien nos la pidiera”. En un mundo que tiende a perder la esperanza
nosotros somos los que vivimos en la esperanza. Necesitamos tener esperanzas –más
grandes o más pequeñas- que día a día nos mantengan en el camino. Cuando ya
nadie me escucha Dios si me escucha. Los obispos en Aparecida nos dicen que “la
presencia de Cristo abre caminos de esperanzas (Apda. 119) y donde hay
esperanza está Dios. Quien ama debe liberarse del cansancio, de la desilusión,
de acomodarnos al ambiente; esperamos una manifestación del señor que renueve
nuestra alegría y nuestra esperanza (Apda. 362).
Alegres.
Nuestra alegría se basa en el amor del Padre, en la participación en el Misterio
Pascual de Jesucristo quien , por el Espíritu Santo, nos hace pasar de la
muerte a la vida, de la tristeza al gozo, del absurdo al hondo sentido de la
existencia, del desaliento a la esperanza que no defrauda.
Sean
pacientes en las pruebas.
Pruebas las vamos a tener todos sin excepción. Y estas son de todo tipo:
afectivas, económicas, relacionales, existenciales, sociales, conyugales,
laborales, etc. Lo importante es saberlas enfrentar. Además estas pruebas, que
son las crisis nos hacen crecer. El dolor, la incomprensión incluso las
persecuciones nos ayudan a madurar, a ver la vida con otros ojos. La caridad,
nos dice san Pablo, todo lo alcanza también el superar las pruebas.
Oren sin
cesar.
El gran camino para superar las dificultades y vivir en comunión es la
oración y de la unión con Dios. Es el Espíritu el que infunde en nuestros
corazones la caridad del Padre (Rm 5,5). La oración nos ayuda a convertirnos a Cristo,
fuente verdadera de nuestra comunión.
Compartan
con los hermanos necesitados.
Con Juan Pablo II hay que decir “es la hora de una nueva imaginación de
la caridad, que promueva no tanto y no solo la eficacia de las ayudas
prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre,
para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante sino como un
compartir fraterno. La caridad de las obras corrobora la caridad de las
palabras (TME no. 50).
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