Han transcurrido unos días después de haber celebrado el bicentenario del natalicio de Juan Pablo Duarte. Para este fin se creó una comisión encabezada por nuestro Arzobispo Monseñor Nicolás De Jesús López Rodríguez con el objetivo de preparar y darle la importancia que amerita este acontecimiento, con toda una serie de actos para que esta fecha no pasara desapercibida por el pueblo dominicano. También es importante recordar que nos encontramos caminando en lo que ya se conoce como “el mes de la patria”; fiesta ésta que comienza desde el 26 de enero y culmina el 27 de febrero, con la celebración de la fiesta de Independencia.
Aunque el nacimiento de Juan Pablo Duarte lo
celebramos el pasado 26 de enero, no podemos olvidar que la celebración de
nuestra Independencia está unida a su persona ya que fue el artífice principal
de dicha gesta heroica y patriótica. Pero lo cierto es que son muchos los
dominicanos y dominicanas que hasta el día de hoy no conocen en profundidad
todo el legado patriótico y espiritual de nuestro prócer de la patria
dominicana.
Hay grupos que se han levantado en contra de
los ideales de este gran hombre de la nación para negar aspectos esenciales de
su vida, y sobre todo lo que tiene que ver con sus convicciones religiosas.
Todo esto, ciertamente, tiene su intención, porque el querer negar estos
valores en Duarte es con la intención de minimizar su gran aporte en este
terreno. Hay quienes se están afanando en presentar a Juan Pablo Duarte como un
“masón”,
cuando sabemos que es todo lo contrario. Quienes intentan esto, en realidad no
saben ni conocen las convicciones de Duarte y su experiencia de fe en el
terreno religioso. La profunda fe religiosa de Duarte es algo que se hace
evidente en toda su vida.
Su entrega, su desinterés, generosidad,
sensibilidad profunda ante el dolor ajeno. Su amor a la verdad, su caridad sin
límites se pusieron de manifiesto en el curso de su vida. Duarte fue un hombre
que hizo de cuanto don recibió de Dios un instrumento de servicio a los hombres.
Un hombre en permanente comunicación, por los vínculos sutiles de la fe y el
amor, con el Creador.
Hay que recordar que Duarte constituyó la
sociedad secreta La Trinitaria en la fiesta mariana de la Virgen del Carmen, el
16 de julio de 1838. Hizo del juramento trinitario un credo patriótico apoyado
en dogmas inmutables de la doctrina católica. El escudo patrio ostentaría como
símbolo de constructiva esperanza el libro sagrado de los evangelios y la
bandera de la naciente república estaría centrada por la cruz, señal de
redención. Por esto, tenemos que ser
conscientes de que la historia fundacional de la República Dominicana está
cimentada sobre la base de la fe cristiana católica y esto no se puede borrar
ni por decreto ni proyecto de reforma constitucional, ya que es parte del
legado que nos dejaron nuestros próceres patrióticos, y de intentar hacerlo
sería traicionar la memoria de nuestros independentistas. Tendríamos que volver
a los inicios de la república para poder cambiarla y esto no se puede.
Otro aspecto importante es que abundan en sus
escritos las manifestaciones de esa fe cristiana y católica que él aprendió
temprano en su hogar. Al redactar su proyecto de constitución de la República
Dominicana, establece el siguiente principio: “la religión predominante en el
estado deberá ser siempre la católica, Apostólica, sin perjuicio de la libertad
de conciencia y tolerancia de cultos y de sociedad no contrarias a la moral
pública y caridad evangélica”. Para Duarte la religión no fue una máscara
de hipocresía ni envoltura de denigrante oportunismo. Fue código de vida y
también recurso imponderable para trazar un futuro mejor para su patria.
Como ya sabemos, a partir de este año se
otorgará el 4% a la educación. Pero da la impresión de que con ese logro se
termina la lucha por una mejor educación. Ahora debemos exigir que la educación
cívica vuelva las escuelas. Hay muchas lagunas y desconocimiento de los ideales
que forjaron nuestros hombres y mujeres patrióticos. Hoy en día, las acciones
de nuestra identidad patria se circunscriben nada más a cantar el himno
nacional en las escuelas y actos oficiales, pero no más de ahí. Hay que
inculcarles a las presentes y futuras generaciones el amor por la patria y sus símbolos,
el respeto por ellos.
Por esto y otras cosas más, todo proyecto que
signifique desarrollo humano tiene un denominador común que lo hace posible.
Ese elemento es la educación. El problema fundamental de una nación
subempleada, subalimentada e ignorante y en camino a organizarse institucionalmente
en que vivimos es la educación. Ya el Papa Pablo VI dijo en su encíclica sobre
el Progreso de los pueblos (Populorum Progresio): “el
hambre de instrucción no es menos deprimente que el hambre de alimentos (no.
35).
El 27 de febrero, fiesta significativa de la
Independencia, debe serlo también de la libertad, de la dignidad nacional y del
bienestar común de los hijos e hijas de esta tierra. Es el día obligado de
acción de gracias a Dios por haber inspirado a los patriotas que en 1844 forjaron
la nación dominicana y debe ser día de reflexión sobre nuestro presente y
nuestro futuro.
“Somos
lo que comenzamos a ser el 27 de febrero de 1844.”
P. Robert Brisman
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