martes, 26 de marzo de 2013

La vida Interior


-nosotros lo cristianos tenemos que ser conscientes de que nuestra vida tiene dos dimensiones: una natural y otra sobrenatural.
-la vida sobrenatural, que consiste en la participación de la vida divina, la llamamos también vida de la gracia, para subrayar su absoluta gratuidad, o bien “vida interior”, para distinguirla de la vida corporal, que es exterior o sensible.
-como la vida exterior, la del cuerpo, entra en  el contacto con el mundo externo o visible a través de los sentidos; así, por analogía, la “vida interior” la de la gracia, entra en contacto con el mundo divino a través de las virtudes sobrenaturales (fe, esperanza, caridad, prudencia, justicia, fortaleza, templanza).
-en consecuencia, como desarrollando con el ejercicio los sentidos se mejora el contacto físico con el mundo externo, así desarrollando con el ejercicio las virtudes sobrenaturales mejoramos el contacto con el mundo divino.
-así como tenemos campeones en el plano de los sentidos –los atletas-, así tenemos los campeones en el plano de las virtudes –los santos.
-los santos son exactamente aquellos que se han comprometido en pensarse, buscarse, encontrarse, donarse; todo esto alimenta su amor y así en un crecimiento continuo. (Anécdota de Teresa de Calcuta).
-por eso, los santos son hombres y mujeres que han sabido muy bien interpretar la “ley de Dios”, que consiste en la “caridad”, por lo cual podemos siempre leer en nuestro interior cuales son los preceptos de vida que hemos de practicar.
-por eso nos dirá Jesús: “este es mi mandamiento, que se amen unos a otros”. A cerca de esta ley dice san Pablo: “amar es cumplir la ley entera”. Y también, “ayúdense a llevar mutuamente sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo”. Entonces lo que mejor define la ley de Cristo es la caridad.
-esta ley abarca muchos aspectos. Ya el mismo Pablo nos dice en qué consisten estos aspectos: la caridad es comprensiva, no presume ni se engríe, no es ambiciosa ni egoísta, no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
-la caridad es comprensiva, porque tolera con ecuanimidad los males que se le infligen.
-la caridad es benigna, porque devuelve generosamente bien por mal.
-la caridad no es envidiosa, porque al no desear nada de este mundo, ignora lo que es la envidia por los éxitos terrenos.
-la caridad no presume, porque desea ansiosamente el premio de la retribución espiritual, y por esto no se vanagloria de los bienes exteriores.
-la caridad no se engríe, porque tiene por único objetivo el amor de Dios y del prójimo, y por esto ignora todo lo que se aparta del recto camino.
-la caridad no es ambiciosa, porque no siente deseo alguno de las cosas ajenas y exteriores.
-la caridad no es egoísta, porque considera como ajenas todas las cosas que posee aquí de modo transitorio, ya que solo reconoce como propio aquello que ha de perdurar junto con ella.
-la caridad no se irrita, porque aunque sufra injurias, no se incita a si misma a la venganza, pues espera un premio muy superior a sus sufrimientos.
-la caridad no lleva cuenta del mal, porque afincada su mente en el amor de la pureza, arrancando de raíz toda clase de odio, su alma está libre de toda maquinación malsana.
-la caridad no se alegra de la injusticia, porque anhelosa únicamente del amor para con todos, no se alegra ni de la perdición de sus mismos contrarios.
-la caridad goza con la verdad, porque amando a los demás como a sí misma, al observar con los otros la rectitud, se alegra como si se tratara de su propio provecho.
-los evangelios nos hablan exclusivamente de lo que Jesús “hizo”, sin embargo, nos permiten descubrir en sus “acciones” –ocultas por el silencio- un clima de profunda contemplación.

 A modo de conclusión.

 -no podemos quedarnos en lo puramente externo, sino que tenemos  que ser “espacios de vida interior” intensificando el cuidado de la espiritualidad, de la formación y la contemplación.
-de esta forma aprenderemos que nuestros éxitos y frutos apostólicos no estarán nunca en lo que hagamos sino en lo que nos dejemos hacer por el Señor, que es lo mismo decir, “si hacemos la voluntad del Señor”.

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