No puedo imaginar el gozo y alegría que han
de estar sintiendo tus compatriotas argentinos luego de haberse enterado de que
uno de sus hijos, uno de sus compatriotas fue elegido por Cristo por medio de
los cardenales para ocupar la sede del apóstol Pedro y tomar el timón de la
barca de la Iglesia y estar en firme obediencia del capitán, que es Cristo. Ese
gozo también lo hemos experimentado todos los que somos vivimos en esta parte del
mundo, de este continente. Eres argentino de nacimiento y eso nadie te lo puede
quitar; te gusta el tango, la buena música y el futbol. Pero ya no les perteneces únicamente a los
argentinos; a partir de tu aceptación al ministerio petrino, le perteneces al mundo, nos perteneces a los
católicos. Sé que eres consciente de que tus enseñanzas y celo apostólico no
solamente serán dirigidas para tus compatriotas sino que ahora van dirigidas a
toda la humanidad; sé de tu gran celo por anunciar y vivir el evangelio con
todos los que te rodean. Conozco muchos aspectos de tu trabajo pastoral a
través del ministerio sacerdotal que has realizado en tu país Argentina, y de manera especial en Buenos Aires; también
de los enfrentamientos que protagonizaste con grupos e instituciones cuando les
exponías la verdad del evangelio, porque eres un hombre convencido de que la
palabra de Dios nos ilumina en nuestro caminar hacia una más y profunda
fraternidad y comunión, no solo como creyentes sino también como seres humanos,
porque todos somos hijos e hijas de Dios con igual dignidad.
Querido hermano Francisco, todavía no se ha
completado tu primer mes como pontífice y desde tu elección, los ataques no se
han hecho esperar. Hasta hace unos días atrás la Iglesia estaba viviendo una
relativa calma pero eso era más bien porque aquellos que no quieren saber de
Cristo ni del evangelio, estaban esperando que surgiera la cabeza visible de la
Iglesia para enfilar de nuevo sus cañones contra ti, como cabeza visible de la
Iglesia. Me viene a la memoria aquellas palabras que Cristo le dirigió a Saulo
cuando este iba camino a Damasco persiguiendo a los cristianos, “…Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?
Estas gentes, grupos e instituciones todavía no se han dado cuenta de que están
enfrentando una lucha nada más y nada menos contra Dios. No se han dado cuenta –parece-,
que nosotros no somos más que soldados de Cristo en medio de esta gran batalla
con un mundo convulsionado por estar asumiendo como norma de vida sus propios
criterios y normas.
Querido hermano Francisco, sé que eres muy consciente
de lo que te espera al frente de la Iglesia en este ministerio que Cristo te ha
encomendado. Quiero recordarte aquellas palabras que el Señor le dirigió a
Pedro: “Pedro, mira que Satanás ha
solicitado el poder sacudirlos como trigo, pero yo he rogado por ti, para que
tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos en la
fe (Lc 22,31-32).
Querido hermano Francisco, esta batalla tú no
la pelearas solo. Tienes a todo el rebaño a ti encomendado que estará siempre a
tu lado para ayudarte a abrirte camino en el campo de batalla y también
estaremos tapándote la retaguardia para que no des un paso hacia atrás. Estamos
dispuestos a tomar la cruz, junto a ti, que nos llevará al calvario a morir por
Cristo, porque si morimos por El y con El, viviremos también con El.
Bendiciones.
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