Pero aquí hay un detalle que es bueno
resaltar. Esta elección, - si es cierto que nos atañe de manera especial a
todos los católicos-, no es menos cierto que hay muchos católicos que no se
sienten interpelados por la misma. Es cierto que la elección del Papa le toca a
los 115 cardenales menores de ochenta años, pero recordemos que ellos no están
actuando en nombre propio, sino en nombre de toda la Iglesia universal. Los
cardenales no van a elegir a su superior mayor, sino que en ellos recae la
responsabilidad de elegir al líder espiritual de casi 1,200 millones de
católicos de todo el mundo. Por lo tanto, si semanas atrás se nos pedía que oráramos
por los cardenales para que el Espíritu Santo les ilumine , ahora tenemos que
intensificar más la oración para que el mismo Espíritu Santo se manifieste
grandemente en los cardenales y nos presenten al Papa que la Iglesia de Cristo
necesita. A partir de hoy, los cardenales estarán en la capilla Sixtina
reunidos a puertas cerradas juntos a la virgen madre de Cristo esperando la
manifestación del Espíritu Santo que de seguro se posará sobre cada uno de
ellos y así les inspirará quién ha de ser el elegido para tan gran empresa de
guiar la barca del apóstol Pedro, en un mundo tan convulsionado y cuyo capitán
es el mismo Señor.
Recordemos que a partir de hoy los cardenales
se reúnen a puertas cerradas no para elegir a un presidente de un país (el
Vaticano), sino para elegir al líder espiritual de todos los católicos del
mundo y como añadidura a ese tan gran ministerio se le suma el que será el
obispo de la ciudad de Roma y también el jefe del estado del Vaticano. Pero su
primera y principal misión es la de “pastor universal” y como tal deberá
emplearse a fondo para ejercer ese ministerio con dignidad y humildad.
Nuestros cardenales supieron, - en todos
estos días previos al inicio del cónclave,- mantenerse al margen de todas esas
discusiones superfluas y comentarios vacíos con respecto a su papel de
electores. Se pasaron toda una semana estudiando, dialogando sobre los retos y
problemas que presenta el mundo de hoy a la Iglesia, tanto hacia fuera y
también hacia dentro. Fueron días de intensa oración y recogimiento espiritual
porque ellos mismos saben que la Iglesia no es suya sino de Cristo.
No podemos olvidar que estos últimos 50 años
el Señor nos ha dado pastores que han sabido asumir con dignidad y humildad el
ministerio a ellos encomendados. Recordemos al Papa Juan XXII, a quien se le
llamó “el Papa bueno”; Pablo VI que llevó a la Iglesia a confrontarse con ella
misma con su famosa frase “Iglesia, qué dices de ti misma”; un Juan Pablo I,
que fue “el Papa de la sonrisa”; un Juan Pablo II, que fue conocido como “el
Papa viajero”; nuestro querido y amado Benedicto XVI, “el Papa de la verdad”.
Todos estos pastores, además de ser papas, tenían en común también de que
fueron hombres de Cristo, santos, humildes, sencillos, hombres de oración
profunda, de celo apostólico, que supieron tomar el timón de la barca de la
Iglesia confiados al Señor; hombres de profunda fe en Cristo.
Mis queridos hermanos y hermanas,
intensifiquemos nuestras oraciones a partir de hoy por nuestros cardenales.
Nosotros, al igual que los cardenales que manifiestan juramento de total y
absoluta obediencia al Papa, también debemos jurar esa obediencia absoluta al
nuevo pontífice, a nuestro pastor universal. Nosotros somos la Iglesia. En palabras
de Benedicto XVI, “somos el verdadero rostro de la Iglesia”. Esforcémonos
porque ese rostro no se desfigure, y así seamos esa luz para un mundo, una
humanidad que cada día más se aleja y aparta al Señor de su camino.
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