Contra la
Iglesia juegan hoy varios intereses. Hay políticos y periodistas que quieren
destruir la credibilidad de la Iglesia, abogados que se proponen causar daños financieros
al Vaticano, laicos anticatólicos que no pierden la ocasión para culpar a la
Iglesia, y católicos que persiguen la revolución nunca antes realizada: fin del
celibato, ordenación sacerdotal de las mujeres, disminución de la autoridad
episcopal, matrimonio eclesiástico de los homosexuales, aprobación del aborto, etc.
El Papa Benedicto XVI ha incomodado a muchos y por diversos motivos. Sobre todo
por dos: porque dice que existe una verdad,
y ésta desenmascara el relativismo que este Papa ha denunciado como la
“dictadura del relativismo”; y segundo, porque hace un llamado a la justicia
social.
El cardenal
Carlo María Martini, al responder a la inquietud de un joven acerca de los
abusos sexuales por parte de sacerdotes, dijo: “es verdad que quien sea hostil
a la Iglesia católica (no simplemente comunista o laicista) se alegre quizá de
esta concentración, que humilla a todo el clero y no se ocupa del hecho de que
la mayoría de los casos de abuso sexual
y de pedofilia se da en el ámbito de la familia, es decir, allí donde
están los primeros educadores del niño” (pensemos en el caso actual de la niña
de 11 años que fue violada y embarazada por un cuñado).
Estos
“expertos en temas eclesiales”, exigen que la Iglesia se adapte a los nuevos
tiempos o a las exigencias del mundo. Pero no saben ellos ni por asomo en sus
mentes, que la Iglesia “está” en el
mundo pero no es del mundo. No es el mundo el que tiene que cambiar o transformar
al evangelio ni a la Iglesia; es el evangelio, y la Iglesia como parte de éste,
que tienen que cambiar al mundo. Hay que preguntarnos qué ha pasado con las
otras instituciones religiosas que se han adaptado a las exigencias o criterios
del mundo. Ciertamente que no les ha ido muy bien. Se le acusa a la Iglesia que
es una institución atrasada, si es así, entonces cómo explicar el que miles de
feligreses, sacerdotes y obispos
católicos anglicanos estén pasado a la plena comunión con la Iglesia
católica, reconociendo el primado del obispo de Roma? Esos acontecimientos no
los mencionan y más bien se hacen de la vista gorda porque saben que ponen en
entre dicho sus argumentos.
Con todo esto,
da la impresión de que existe una “iglesia buena” y otra “iglesia mala”. La
primera desvinculada de la jerarquía eclesiástica, compuesta de excelentes
sacerdotes y laicos que trabajan en las calles y entre los pobres; y la
segunda, llena de hipocresía y de negocios sucios, representada por las
jerarquías. Esto es falso. La Iglesia es UNA. Ciertamente desigual, incluso
contradictoria, pero UNA, y comprometida desde hace siglos en profesar su ÚNICA
FE. Pero es precisamente esta unidad,
representada por el Papa, la que molesta y la que algunos quisieran poner en
tela de juicio. Se cree en Dios sin sentirse parte de una Iglesia; se dice que
se cree, pero no se advierte la necesidad de seguir los dictámines indicados
por la institución eclesiástica.
Sólo en la
comunión de la Iglesia construida sobre la sucesión de los apóstoles se renueva
también la obediencia a la palabra de Dios. No podemos construir el “yo del
cristiano” en oposición a la Iglesia, ya que esto sería una seria amenaza.
Muchos ven a la Iglesia como un camino paralelo a Jesucristo para llegar a Dios
Padre. Eso es falso. La Iglesia “es” por Jesucristo, no al revés. La Iglesia es
el cuerpo de Cristo y Cristo su cabeza. El cuerpo no puede ser sin la cabeza y
la cabeza no puede ser sin el cuerpo. Cristo es el que guía a su familia, que
es la Iglesia, y lo hace en su cabeza visible aquí en la tierra por medio del
sucesor del apóstol Pedro, que es su pastor universal y con él los demás
pastores (los obispos), que son los sucesores de los apóstoles.
Bendiciones.
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