martes, 26 de marzo de 2013

Se veia venir...2

  No cabe duda que el anuncio de la renuncia del Papa al ministerio petrino ha causado un gran revuelo y sorpresa no solo entre los cristianos católicos, sino también en el resto del mundo, ya que no nos había tocado presenciar la renuncia de un Papa en casi setecientos años. Es cierto también que este hecho ha provocado que se hayan levantado voces de todos los estratos de la vida mundial queriendo presentar este hecho como si fuera  una “tragedia” para la Iglesia Católica. Pero más bien podríamos decir que el mismo es un gran acontecimiento. Ya sabemos que el Papa Benedicto XVI lo que ha hecho es hacer uso de la prerrogativa que le permiten las leyes de la Iglesia Católica (Código de Derecho Canónico no. 332 & 2), de presentar la renuncia al pontificado. Esto parece ser que todavía hay gente que no lo ha entendido ni mucho menos se ha dado por enterado. Esta situación es la que ha llevado a la jerarquía eclesiástica a estar edificando a los fieles –principalmente-, en el conocimiento y aclaración de la renuncia.

  Estas voces siguen insistiendo en que la Iglesia Católica debe abocarse a los nuevos tiempos. Son ya varios textos que se han citado de celebraciones y reuniones del Papa en la que se afirma que “él está invitando a la Iglesia a una profunda renovación”. No me cabe la menor duda de que muchas de estas ideas son tomadas y sacadas de contexto, y también se resaltan con una intención oculta detrás de las mismas (aquí hay que citar la máxima que reza así, “un texto fuera de contexto se convierte en un pretexto”). Ya he dicho en un escrito anterior que son muchos los que piden “la abolición del celibato sacerdotal, la ordenación sacerdotal de las mujeres, el matrimonio eclesiástico de los homosexuales, etc. Estos temas y otros más, no están en discusión dentro de la Iglesia. Pero la pregunta sería, ¿es ésta la renovación que necesita la Iglesia?  He oído a personas decir, y lo dicen con toda seguridad, que la Iglesia es una institución creada por los hombres y que como tal puede ser cambiada en sus más elementales estructuras y hasta en lo que enseña. Los que afirman estas cosas no tienen la más mínima idea o el mínimo conocimiento del evangelio, y mucho menos lo han estudiado. Estos siguen insistiendo en que la Iglesia debe adaptarse al mundo. No cabe duda de que quisieran ver una iglesia acomodada a nuestras necesidades y no al revés. Cristo mismo nos mandó que debíamos “enseñar a las gentes a cumplir todo cuanto él nos ha mandado” (Mateo 28, 20)… Y también dijo: “el que a ustedes los escucha a mí me escucha; y el que a ustedes los rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado” (Lucas 10,16).

  Todo esto nos tiene que llevar a pensar cuáles siguen siendo los retos del sucesor del apóstol Pedro en la guía de la Iglesia de Cristo aquí en la tierra. Este Papa ha invitado a creyentes y no creyentes a un diálogo sincero y respetuoso en lo que él ha llamado “un patio de los gentiles” renovado. Es una propuesta de diálogo en armonía con el Concilio Vaticano II, ese Concilio que el Papa ha pedido que se conozca mejor y se viva mejor, no como una nueva constitución que ha abolido una antigua ley (el evangelio), sino como un modo de anunciar y transmitir la fe de manera más eficaz. Porque la doctrina permanece cierta e inmutable, y no puede haber discontinuidad. Un mundo sin evangelio y sin Iglesia sería un mundo en el que la mentira pasara más fácil y se construiría la autoridad sobre una falsa libertad.

  Toda renovación de la Iglesia viene inspirada y guiada por el Espíritu Santo. Él es quien guía a la Iglesia por caminos seguros. La Iglesia, aunque está compuesta por hombres y mujeres, no es nuestra. Es de Cristo. Es de institución divina. Y somos nosotros los que tenemos que adaptarnos a ella y a su enseñanza, no al revés. En todo tiempo la cultura se construye sobre la búsqueda de Dios y la disposición a escucharlo. Si cumplimos esto, no solamente tendremos una Iglesia renovada, sino una humanidad cada vez más hecha a imagen y semejanza de Dios, que por amor nos ha creado.

 P. Robert Brisman

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